La dura vida de los que se quedan

Publicado: 5 mayo, 2015 en Emigración
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Fuente: El Postigo de Tías
Por Juan Cruz Sepúlveda

La dura vida de los que se quedan6

Corrito apenas tenía 12 años cuando una tarde de septiembre, en la humilde casa de La Asomada, su padre y su hermano se despiden, se funden todos y todas en un amargo abrazo de incertidumbre. Allí queda la madre, con sus siete hijos restantes, entre los que está el más pequeño, Nicolás, de apenas dos años, que se encuentra muy malito días antes de la partida del padre y del hermano. Lo habían llevado a varios médicos de Arrecife y no le bajaba la fiebre. Incluso, mientras el padre trabajaba en la albañilería de la iglesia de San Ginés, la madre se encerraba en la sacristía y hacía rezos para que mejorara.
El padre de Alfonso, aparte de agenciarse los dineros de los fletes, solicitó a un vecino de toda confianza un pequeño préstamo de apenas algo más de mil pesetas para que la familia se remediase hasta que él pudiera girar algún dinero desde Las Américas. Corrito recuerda que hasta ese momento había sido “una niña feliz que jugaba y se divertía en lo que podía. Aquí cambió mi vida y la alegría se tornó siempre en tristeza y preocupación”. Muy de cuando en cuando el padre les hacía llegar un regalo, bien un caramelo o una naranja, cuando las cosas se lo podían permitir. A raíz de la ida del padre y del hermano mayor, la tristeza se apoderó de aquella casa. La madre trabajaba incansablemente en los cachos de tierra, y mantenía unas cabras y unas gallinas para sustentar a la numerosa familia. Por las noches, no eran extraños amargos llantos por los que se fueron y por lo duro del día a día.

La única luz de esperanza estaba puesta en ir a casa del cartero, abajo, en Mácher, en casa de Marcial el cartero. Hasta allí se dirigían dos de las hermanas en una burra y volvían con el desconsuelo de no encontrar ninguna señal de los emigrantes. Al final, casi cuatro meses después de la partida, llega la primera misiva de América. La carta cuenta las penurias del viaje y de la nueva vida allá en el nuevo continente. La carta se lee y se relee, hace de bálsamo para los que se han quedado.

Pasados unos años, y visto que la situación en la isla no mejora, mientras que en América el valor del bolívar va en aumento, el padre propone iniciar el proceso de reunificación de toda la familia en el continente americano. Fue una propuesta que la familia asumió con agrado, dada la experiencia negativa que se vivió con el abuelo, quien tras emigrar a Cuba a finales del XIX, nunca más volvió ni se supo nada de él. Para ello, Alfonso padre propone que se vendan las tierritas y la casa de La Asomada, para conseguir fondos y, esta vez, efectuar un viaje legal en un vapor de línea que semanalmente partía desde la isla de Tenerife. La venta, debido a la precariedad general, no fue fácil y se tuvo que malvender. La casa y las tierras de alrededor conforman la pieza mejor cotizada y la logran vender a Pepe el barbero por ochocientos duros. Corrito, entre tanto, que apenas tenía quince años, se había echado un novio en el casino de Mateo Betancor, donde se organizaba algún baile de farol, guitarra y timple. En uno celebrado por carnavales va y conoce a Vicente, un apuesto muchacho de Yaiza. Esto hace que los preparativos del viaje incluyan también al novio, lo que complica la partida.

A sabiendas de que Vicente estaba próximo a ser llamado a filas, organizan boda como única vía legal para la salida del país e ir en el conjunto familiar reclamado por Alfonso desde América. Los prepara- tivos de la boda se aceleran. La novia tenía apenas 16 años. El temprano amor, la situación especial de la familia en vísperas de partir, con el padre y un hermano en América, provocan en la joven tal cruce de sentimientos que le llevan a pasar el día de su boda afligida en llanto, pero confiada de que era la única vía que le conduciría a poder emigrar con su prometido y acudir con el resto de la familia al encuentro de sus seres queridos en Las Américas. Apenas unos meses más tarde, las efímeras ilusiones se verían truncadas al ser llamado a filas su joven esposo, que tendrá que partir a cumplir con la patria a Melilla. Los infortunios se siguen cebando con la joven, además el resto de la familia ya tiene fecha de partida y Corrito se queda en la isla. Está encinta de cinco meses cuando acude al muelle de Arrecife a despedir a su madre y a sus hermanos. Fue un día terrible, recuerda: “Lloré amargamente en la guagua de vuelta a La Asomada. Incluso, la guagua tuvo que parar varias veces por las fatigas fruto de su estado de ansiedad, embarazo y la desgarradora despedida. Prefería morir, que no amaneciese”. Durante la estancia de su marido en la mili, vive en casa de su tía, en un ambiente hostil que le provoca su prima, aunque ella procura refugiarse en su primer retoño, que por entonces ya había nacido.

Tras la vuelta de Vicente de Melilla, la pareja rehace su vida después de tantos avatares y deciden emigrar a corta distancia y se instalan en la isla de La Palma, destino elegido por otros conejeros por esos años. Aprovechando los múltiples conocimientos de mecánica y otras variadas fórmulas imagina- tivas de emprender de Vicente, logran rehacer y enderezar los infortunios que la vida de emigrante presenta, tanto al que se va como al que se queda.

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