Fuente: El Postigo de Tías
Por Juan Cruz Sepúlveda
La emigración clandestina
El panorama provocado por la Guerra Civil española y los efectos colaterales de la Segunda Guerra Mundial dejan un panorama sombrío en el decenio de 1936 al 1946 en España y en Canarias. Por otra parte, los países americanos estaban necesitados de mano de obra. Es por ello que muchos canarios, desesperados y llamados al sueño americano, se arriesgan a emigrar a bordo de pequeños veleros en condiciones mínimas de seguridad. Muchos lo hacen por las represalias políticas y otros por el panorama sombrío que cae sobre las islas. Algunos salieron y fueron interceptados por la Guardia Civil. A otros, el infortunio les segó el intento y, en muchos casos, la vida.
La aventura de Alfonso González es el fiel reflejo de los muchos que optaron por arriesgar sus vidas en busca de nuevos horizontes de prosperidad, ya que su pueblo, su isla, no se lo ofrecía. En 1949, Alfonso tenía apenas 19 años y estaba a punto de ser citado a filas para cumplir con la patria. Era un muchacho más del municipio de Tías, que desde temprana edad ayudaba a su familia en las labores del campo y del pastoreo de un pequeño rebaño familiar. Además, ayudaba en la construcción a su padre, que provenía de una familia de reconocidos albañiles. Así, en estos menesteres, trabajó en la casa de don José de Páiz Pereyra en La Asomada, también en la construcción del Parador Nacional de Turismo, y, por aquellos días, hacía de peón en los arreglos del interior de la iglesia de San Ginés, con piedra de cantería de Arucas.
El padre de Alfonso tenía clara la situación problemática de su numerosa familia, con un hijo que en breves fechas sería citado a filas. Por eso, empujado por los antecedentes de otros familiares que habían probado fortuna en Cuba, se convenció para emigrar en compañía de su hijo. Para ello preparó meticulosamente y de forma discreta un viaje a lo desconocido. Buscó contactos en la clandestinidad como única vía de salida y logró reunir las 4.000 pesetas para pagar los fletes. Era septiembre del 49 y descubrió que El Saturnino preparaba un salto a América. Esta goleta, de dos palos y 20 metros de eslora, era un viejo barco de pesca que realizó sus servicios en Cabo Blanco. En principio, estaba bien rancheado, pero la Guardia Civil estaba alertada de la posible salida clandestina y le requisó las velas. Esta era una operación muy habitual en los años 40, teniendo en cuenta que, además del hambre, en otras islas como Gran Canaria, Tenerife y La Palma, el motivo de la emigración venía fundamentado por la represión franquista, que obligaba a muchos canarios a organizarse, fletar, comprar, construir, robar o alquilar barco y poner rumbo a America. Juan Carlos Díaz Lorenzo, en su libro Los Trasatlánticos de la emigración. 1947-1974, realiza un detallado y escalofriante trabajo sobre la historia de la emigración, no superado ni en el mayor pico de arribada de pateras de los años noventa a Canarias.
El Saturnino repuso sus remendadas velas, metió lastre de sal de Janubio y, aprovechando la oscuridad de la noche, los emigrantes que fueron notificados, a través de botes, saltaban a bordo. Eran unos diez, junto al patrón, el capitán y el armador. Casi en la madrugada, zarpan rumbo a la isla de El Hierro. La travesía la efectúan con mucho mal tiempo. Tardan cerca de una semana y con muchas dificultades fondean cerca de La Estaca. Tras burlar la vigilancia, suben a bordo más emigrantes hasta completar un total de 99 personas de las islas occidentales, incorporando pertenencias y víveres para la larga travesía. Desde La Estaca, El Saturnino pone rumbo a Dakar, donde llega sin mayores dificultades a pesar del hacinamiento a bordo y la complicada conviven- cia. Los juegos de cartas en la cubierta, y la comida con fruta pasada y gofio, despertaron el optimismo en estos emigrantes aventureros confiados en su buena fortuna.
En Dakar se aprovecha para realizar unas pequeñas reparaciones en el navío y coger provisiones. Unos diez días dura la estancia en este puerto antes de salir al abierto Atlántico, dejando a las islas de Cabo Verde a babor y poniendo rumbo a América. A partir de aquí comienza la penosa odisea del viaje, que durará más de 60 días, con tempestades, fuerte oleaje, días de calma chicha total sin posibilidad de avance y sin rumbo, pérdida de los escasos elementos de navega- ción, palo mayor tocado, velamen destrozado, víveres agotados y agua racionada. Todo ello hace mella en el ánimo de los casi 100 pasajeros, que ven, por momentos, y días enteros, el pánico, el riesgo y el temor por sus vidas.
Cuenta Alfonso que a bordo viajaban dos señoras, una con su marido y en avanzado estado de gestación, que alumbraría al apenas llegar a América, así como otra señora anciana, doña Camila. Estaba experimentada en viajes y en esa ocasión viajaba acompañada de una corte familiar, entre otros, un sobrino. Al padre de Alfonso la huella del hambre le hizo daño y apenas podía levantarse. Cada día se le veía más desvalido y flaco, ya ni podía levantarse ni subir a cubierta. Alfonso comprueba como la señora Camila se había hecho con provisiones en Dakar y disponía de unos botes de leche condensada. Una noche, tras muchas peripecias en el intento, le sustrajo del cesto los botes de leche condensada y se los puso en la huesuda mano a su padre, que estaba extenuado. Este succionó hasta que el bote produjo el clásico silbido de aire, retirándoselo Alfonso, y tiró el cacharro por la borda. Al amanecer, la señora comprobó la sustracción y se la atribuyó a Pedro Corujo, otro viajero natural de San Bartolomé, que ocupaba el lugar contiguo a la cesta, a lo que éste negaba y perjuraba la autoría. Ya en tierra, muchos meses después, Alfonso confesaría la verdad cuando este acontecimiento ya era anécdota del calamitoso viaje.
La vida a bordo se complica, se acaban los víveres, y el barco no avanza. No se sabe la situación ni el tiempo que falta para avistar tierra y el barco no avanza. No se sabe la situación ni el tiempo que falta para avistar tierra. De repente, en un amanecer, un vapor americano que viajaba rumbo a Argentina pasa cercano al velero y parece no enterarse. Finalmente acaba girando y acercándose al maltrecho Saturnino y se comunica a través de un altavoz. Les da la posición, a unos 10 días de la costa de Brasil, y vista su situación, les invitan a queabandonen el barco y que suban a bordo, asegurándoles que les llevarían a Buenos Aires, que era el destino del trasatlántico. Se viven momentos de confusión. A bordo, los casi náufragos no se deciden y, tras una tensa espera, le piden al barco grande el suministro de víveres y agua, y que les guíen hasta alcanzar la costa americana. Les sirven carne, galletas y agua a través de un minúsculo bote que casi es absorbido por las hélices del gigante. Finalmente llegan los víveres y el trasatlántico reinicia el viaje, tras perder cuatro horas en esta maniobra de socorro. El Saturnino reanuda su accidentado viaje. Ocho días después arriban a las costas de Cayena, en las Guayanas Francesas. Allí, las autoridades sanitarias les dejan fondear y solo dejan saltar a tierra a unos pocos, a los que incluso les ofertan trabajo en un ingenio azucarero y en otra actividad minera. Pero el grueso de la expedición continúa hasta Venezuela, hasta la costa de Carúpano, donde, junto a otros, Alfonso y su padre encontrarían la tierra prometida, casi 90 días después de haber salido de Lanzarote, en un viaje cargado de calamidades, penurias y enfermedades cercanas a la muerte.
El barco, que ya estaba en un estado deplorable, permaneció fondeado frente a las costas de Carúpano hasta que poco a poco se fue hundiendo junto a un pasaje de la historia de la emigración clandestina de canarios hacia America. La tripulación sería repatria- da a Canarias en el Conde de Argelejo, cumpliendo a su llegada tiempo de condena, aunque hay constancia de que promovieron nuevos viajes.
Alfonso y su padre, por su parte, pronto encontrarían trabajo en la construcción y en poco tiempo se meterían de lleno en el negocio de fábrica de bloques, elementos de forjados y derivados para la construcción, actividad que continúan en tercera generación en aquel país.
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