Fuente: El Postigo de Tías
Por Juan Cruz Sepúlveda
Historia del negocio inmobiliario
Uno de los lugares de las Islas Canarias en el que más han proliferado las inmobiliarias y agentes de la propiedad es Lanzarote, y más concretamente el sur de la isla. Desde principios de los sesenta todo el territorio de Tías cercano a la línea de costa, vivió una actividad intensa de compraventa de fincas y de casas rústicas.
En unos momentos de declive de la agricultura, con malas cosechas provocadas por los largos periodos de sequía, la llegada de los “chonis” con dinero provocó que terrenos baldíos, arrabales, eriales de baja productividad, encontrasen compradores en inversores que efectuaban acopio de suelo a precios bajísimos. Luego, tras una corta espera, veían como su inversión producía grandes beneficios en un pequeño espacio de tiempo y se efectuaban nuevas reinversiones, jugando con la tierra como una mercancía de valor en alza.
Así las cosas, en los comienzos de la segunda mitad del siglo XX, los grandes propietarios de terrenos de esta tipología obtienen grandes dividendos o coparticipan de las primeras sociedades inmobiliarias que se radican en la isla, tal es el caso de Prolanza, SA, que se crea en 1958 con capital mayoritario belga, y que cuenta con la participación de la familia Padrón, propietaria de una cantidad importante de suelo en la zona, tal como se recoge en el libro Entre la Agricultura y el Turismo, de J. Ezequiel Acosta Rodríguez.
El pequeño propietario también encontraba su oportunidad para mejorar su economía y disponer de una libreta de ahorro, desprendiéndose de la propiedad a la que no le daba uso productivo. Los comisionistas conocedores de linderos, algunos con dificultades registrales y catastrales, también entran en juego y muchas fincas son pasto de especuladores sin escrúpulos, que ejecutan “expedientes de dominio”, matriculando fincas amparados en la debilidad documental del verdadero propietario, por la escasa cultura registral, hijuelas, particiones de palabra, sin papeles y un sin fin de defectos que son sutilmente aprovechados por los conocedores de la ley. A esto se le unen los avispados rodadores de linderos, cambiando los mojones en días de lluvia para no dejar rastro.