Tertulias

Publicado: 8 mayo, 2015 en Tiendas

Fuente: El Postigo de Tías
Por Juan Cruz Sepúlveda

Tertulias
cantina
La Tienda se abría antes de que apareciesen los primeros rayos de sol, primero a la luz de un farol y, en años posteriores, de una lámpara de gas butano que proyectaba un resplandor que iba más allá de la curva. Por allí pasaban, poco antes de empezar las labores en el campo, muchos vecinos que iban a echarse la mañanita. Los más mayores acudían a echar la tertulia, mientras las mujeres cogían sus provisiones.

Al caer la tarde, se repetía el proceso, concurriendo más tertulianos. Entrada la noche, el vino ayudaba a digerir las durezas de la vida, antes de comenzar el reparto de los vecinos por los caminos de la zona.

A veces, las apacibles e idílicas veladas de las que fue testigo la Tienda se pudieron transformar en trágicas. Con la llegada a tierra de algún costero para celebrarlo, rompían algún que otro vaso y se producía algún que otro restregón, pero el hecho que Perico mejor recuerda lo protagonizaron dos vecinos del lugar, Silverio y Juan Rodríguez. Al parecer tuvieron unas diferencias y unos cruces de palabras que indujeron al primero a ir a su casa porque encontró la ocasión para estrenar su recién comprada escopeta. En efecto, al poco rato se presentó de nuevo en la Tienda, a lo que Perico y otros salieron a forcejear con el armado Silverio y se le escapó un tiro cuya perdigonada fue a parar al horno de la casa del Señor Justo, que se saldó tan sólo con el gran susto que provocó el estruendo del disparo. Una vez intervenida el arma por el tendero, éste la confiscó enterrándola en un pajero en la trasera de su casa hasta que al siguiente día la autoridad competente, Rafael el Guardia, realizó las oportunas diligencias. En otra ocasión, los tertulianos, animados por la cercanía de la noche y el calor del vino, le dieron unos gritos al señor Gregorio, que pasaba por la vía con su carro rumbo a Güime. Este paró el mulo y se bajó con una vara de membrillo, por lo que cerraron urgentemente la puerta del establecimiento y atrin- cherarse por lo que pudiese suceder.

La situación del comercio, en medio de un cruce, en el inicio de Las Cuestas de la Candelaria, le jugó una mala pasada a Perico en noviembre de 1973, haciéndole vivir uno de los momentos más preocupantes en la historia del comercio. “Serían algo más de las dos de la tarde cuando desde Montaña Blanca se cerró a llover de una forma virulenta, lluvia que no cesó hasta llegada la noche, provocando que corrieran los barrancos y caminos, arrastrando fango y tierra, saltando la pequeña pared de cierre del negocio. Era tal la riada que provocó el desplome de una aljibe que se encontraba al otro lado del camino. Tuvo que colocar troncos y maderas para el acceso a la venta y la Carretera a San Bartolomé quedó cortada, al igual que el suministro del pan. Se produjo un hecho insólito. La unificación de todas las escorrentías hizo que el agua desbordara el puente Grande del barranco de La Fuente con la Carretera General”.

Con la llegada del turismo y la fuerte demanda de obreros para la construcción en la zona de La Tiñosa, la Tienda de Perico adquirió un auge importantísimo, ya que a los clientes habituales de la zona se suman cuadrillas de trabajadores de origen diverso que acuden en busca del bocadillo de pan calentito con chorizo de Chacón por las mañanas y, a la vuelta del trabajo, a por manises y el trago de vino.

Para las fiestas de Navidad y de Nuestra Señora de Candelaria, Juan Gil, el marchante, mataba varios cochinos y Perico despachaba la carne por kilos. Además, se solía tener algún generoso detalle con los clientes más fieles, obsequiándolos con un turrón y alguna que otra botellita de anís. Además de las dotes comerciales para estar al frente del negocio, la proximidad de la casa del cura párroco del pueblo hizo que Perico se prestase como testigo de muchísimos hombres que iban a arreglar los papeles del casorio. Incluso en alguna ocasión tuvo que ser padrino de bautizo, en un “cristianamiento” apresurado.

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