Historia de las fiestas

Publicado: 10 mayo, 2015 en Fiestas

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Al comienzo de cada febrero llega La Candelaria, la patrona de Tías. Antaño la fiesta tenía lugar en plena zafra tomatera, a punto de brotar los primeros frutos de la cosecha si las lluvias resultaban bondadosas. Las cebollas comenzaban a reverdecer en el fondo de los surcos, la sementera le daba un matiz verdoso a los áridos campos de labranza, y se presumía del vino nuevo y se desafiaba el paladar amigo o ajeno en las casas y cantinas.

De todos los pagos del municipio y de todos los lugares de la isla venían a la fiesta a cumplir fielmente parientes y amigos, a quienes luego había que devolver la visita. Desde varios días antes, el cochino que pacientemente se había alimentado para la ocasión, se transformaba en matazón, chillidos de animal, olor a carne chamuscada. Todo se ponía a punto para la fritura casera con los más allegados.

En el día principal había misa tempranito. Atrás quedaban los tríduos en honor a la virgen: “A las doce la solemne función religiosa concelebrada por todos los párrocos de la isla. El panegírico estará a cargo del cura titular de la parroquia”. Desde todos los puntos subían la empinada cuesta. Benigno y Lázaro, dos personajes ligados estrechamente a la Iglesia de La Candelaria, habían cuidado meticulosamente todos los detalles. Anteriormente la función de sorchante la desempeñó Bernardo Arroyo y Juan Martín (padre de Lázaro). Al final salía la procesionprocesión entre banderitas, voladores y los toques marciales de la banda del Regimiento, por el recorrido habitual si el viento lo permitía.

Las gentes, con sus ropas de estreno y empolvados zapatos, se despedían de la Virgen y se dirigían a sus casas, a los que les esperaban las mejores viandas para compartir con los parientes. El séquito, monaguillos y curas, uniformados con su sotana negra, compartían comida especial elaborada por una mujer experta para tan importante ocasión, “que Dios se lo pague y el cielo lo tendrá ganado…” le habrían dicho, mientras servía a todos los comensales en la Casa del Cura.
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“Abajo, en el pueblo, los ventorrillos llegaban desde la casa de Frasco Cruz hasta la de Sánchez. La tarde invitaba a ver las mozas en el paseo y a escuchar alguna parranda. En el patio de Cedrés había una reñida luchada”.

“…Tal vez, este año no haya baile, porque toca función, el baile del año pasado estuvo flojo, no hubo ni pleito…” comentaban algunos. El sr. obispo Pildaín (Antonio Pildain y Zapiain), que ocupó ese cargo en las islas entre 1936 y 1966, no permitía la convivencia de lo religioso con lo profano. El teatro cubría el vacío del baile. La maestra Paquita (doña Francisca Pérez) primero, y luego Lila, presentaban comedias de la época: “La herencia del Señor José”, “La Tía Hurraca”… Se representaban en el Casino de Cedrés. Esta actividad congregaba a numeroso público, vecinos y parientes de fuera del pueblo. Al final había agradecimientos hasta para el alcalde, a quien le entregaban un ramo de flores las niñas del “Coro de ángeles”, Juanita y Mary Luz, mientras le cantaban el siguiente estribillo:

La vendedora de flores soy,
derramo aromas por donde voy
Y si una rosa desea usted,
con mil amores se la daré.

Y la otra niña contesta:

Aquí viene esta florista,
con el deseo de obsequiar
a nuestro querido alcalde, procesion-1
que le deseamos felicidad.

Al siguiente día, San Blas. Desde muy temprano los escolares con sus maestros y maestras subían de nuevo a recibir el cordón de San Blas, ese cordoncito marrón al cuello, recibido en tan significado día, que según la tradición, previene los males de garganta.

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