Fuente: El Postigo de Tías
Por Juan Cruz Sepúlveda
Pepe Hernández, luego «Pepe el de Lila»
Pepe el de Pancho Hernández, luego Pepe el de Lila, son los nombres con los que siempre fue conocido este singular vecino de aspecto bonachón, de buen humor, mejor persona, y de andar sin prisas. José Hernández Aparicio nace en Tías en el año 1930, en el Morro de Cha Morera. Son años duros de trabajo en la labranza. La Guerra Civil le coge en plena niñez. Llega su alistamiento a filas y va a cumplir con la patria a Las Palmas de Gran Canaria, donde desarrolla cometidos de asistente de un Teniente Coronel.
Al finalizar el compromiso militar, Pepe decide quedarse en Gran Canaria y consigue trabajo en la cocina de la Pensión Jeremías, en la zona portuaria del Parque de Santa Catalina, que regentaba Jeremías Lemes, natural del pueblo de Femés.
Esta fonda, situada en la semiesquina de Ripoche con Secretario Artiles, fue el referente hotelero para todos los paisanos conejeros y majoreros que hacían viajes a Gran Canaria. Su proximidad al muelle de Santa Catalina, donde atracaban los correíllos, era el lugar de encuentro en las obligadas visitas por motivos de trabajo, visita a médicos, u otras necesidades de estancia en la capital. Esta fonda siempre daba respuesta al necesitado. En la recepción, dependiendo del lugar de procedencia del huésped, se le asignaba un cuarto colectivo. En el bar de la planta baja, conocido con el mismo nombre que la pensión, se ofertaban unos buenos y baratos menús. Por último, este establecimiento efectuaba un servicio especial para los clientes más asiduos, consistente en un paseo por la ciudad en “camello”, que era como Jeremías llamaba a su viejo “Morris”. Allí y en aquella época, en tan genuino lugar, Pepe, junto a otros paisanos del pueblo, trabajó durante tres largos años en la cocina del bar y aprendió a elaborar los buenos guisos que él, posteriormente, ofrecería y presumiría de su buen quehacer culinario en sus siguientes ocupaciones. Pepe regresa a Lanzarote y a su pueblo natal de Tías, donde desde temprana juventud mantenía noviazgo con una bella moza, hija única, que residía en las proximidades. Su madre poseía una pequeña tiendita. La moza poseía avanzados estudios de bachillerato, circunstancia que la distinguía favorablemente, pese a que en determi- nados ambientes de un pueblo lastrado por la pobreza y el analfabetismo, incomprensiblemente, el estudiar no estuviera bien visto.
El noviazgo con Lila había comenzado precozmente, desde que apenas cumplieron los quince. La relación había sufrido sus altibajos, motivados en parte por la ferviente vocación religiosa de Lila y las prohibiciones de baile del obispo Pildaín, que chocaban de plano con los intereses del galán de Pepe, que le encantaba ir emperchado al baile y cortejar. Final- mente, unos días antes de la fiesta de Dolores del 57 hay boda en La Candelaria. Pepe y Lila se casan. Le asisten de padrinos Augusto Padrón y Juana Cabrera, siendo don José Quintero el cura del enlace. Luego, en el patio de Lola Delgado, la suegra de Pepe, preparan un buen refrigerio, vino, cuerdas y, de allí, para El Poril, en La Tiñosa, de luna de miel.
Pepe siempre estuvo vinculado a las labores del campo y a echar una mano en la venta familiar, pero sus conocimientos en cocina le llevan a coger la cantina de la Sociedad Vieja. Allí puso de manifiesto su sapiencia, deleitó con sus especialidades en garbanzas, carnes de machorra compuesta, estofados, adobos, fritura de cochino, ropa vieja, carne mechada… Estas exquisiteces, rociadas con un buen vino de cosecha propia, alcanzaban su máximo valor en fines de semana con baile. Por las fiestas de Candelaria y de San Antonio le tocaba preparar estos platos para las autoridades invitadas. Pepe los elaboraba en las propias dependencias del Consistorio. Dicho de otra manera, aunque no estuviera retribuido, era el cocinero oficial del gobierno local.
La pericia de Pepe le lleva a ser intermediario en la zafra de tomates y de cebollas. Adquiere un pequeño furgón Peugeot 403 diesel, y se dedica a comprar tomates para la firma exportadora en la isla de Hijos de Diego Betancor, más conocidos como “Los Betancores”. Pepe tenía su área de trabajo en el camino de Mojón Salado, en plena costa de Tías, en los momentos álgidos de producción tomatera a comienzos de los sesenta, esta zona presentaba una actividad frenética en la etapa de recolección toma- tera. Desde tempranas horas, en que se repartían las cajillas, se sucedían diferentes trabajos como el apartado del tomate, el transporte de las cajas en camellos hasta el punto de pesaje, lugar desde donde salían para los almacenes de empaquetado.
En esa época Pepe plantea un “viajito” a Tenerife para arreglar unos “asuntillos”, y traer unas piezas para el furgón, y ocurrió que nuestro hombre se tomó algunas pachorras y llegó al muelle con el tiempo justo para coger el correíllo para Lanzarote. Se mete en el camarote y, cuál no sería su sorpresa, al despertarse por la mañana y ver que estaba entrando en el Muelle de San Sebastián de La Gomera. Tras comunicarlo a la familia, que se encontraba en el lado opuesto del archipiélago, decide aprovechar la circunstancia y ver las islas occidentales, retornando a Lanzarote con parada en cada una de ellas. Total, un pequeño crucero por las islas en correíllo por un pequeño despiste. Cuenta que entabló amistad rápidamente con la tripulación, ayudó en las labores de cocina a bordo y se ganó su manutención, instruyendo al personal en los ratos de ocio con unas partiditas al envite.
A Pepe le tocó también su papel político y así aparece como concejal entre los años 1960-1966, cuando era alcalde don Antonio Díaz Bermúdez. La asistencia a la inau- guración del hotel Los Fariones se convirtió en el acontecimiento más significativo de su paso por la política. Pepe tendría otro cometido social importante a partir de 1977, cuando fue designado Juez de Paz. Ejercía esta actividad en la propia trastienda y, quien quería, lo encon- traba al momento por la proximidad de su vivienda a la Casa Consistorial. Desempeñando esta función vivió las primeras elecciones democráticas en marzo de 1979. Cuentan que una vez cerradas las mesas electorales del municipio, cada juez de paz debía de llevar al día siguiente a Gran Canaria toda la documentación obrante. Una vez recogida las mismas, y dada la alta responsabilidad, Pepe no sabía dónde custodiar «el pronunciamiento del pueblo» y optó por guardarlo en unos corrales. Puso tanto celo en la seguridad que al día siguiente casi no encuentra la caja.
La reconversión social y económica del pueblo, la pérdida de la agricultura por una parte, y el desmesurado crecimiento turístico por otro, hacen que Pepe mire hacia el sector servicios en su última etapa profesional y opta por conducir un taxi animado por su vecino Florencio.