La Tiñosa
Fuente: La Voz -10 de Agosto de 1996- pág.21
Por Manuel N. González Díaz
La Tiñosa es el nombre bárbaro que designa a la localidad turística de la costa del municipio de las Tías de Fajardo, que así se llamaba Tías, en Lanzarote. La Tiñosa es un topónimo que toma su denominación de un adjetivo calificativo peyorativo. Si hago caso ele lo que en su día dijera en un aula el escritor Jesús María Godoy, allí se recluía a la población que padecía esta enfermedad – en el pasado cercano de la historia de la población ele nuestra isla – difícilmente curable por la falta de antibióticos. Por la carestía de los mismos, por la pobreza extrema de la población.
Como si se tratase de una leproserfa volcada al mar y con vistas a la hermana isla de Fuerteventura, poco más que eso era La Tiñosa. Esto sería si creyésemos lo que decía Godoy, que lo creo, en par te. La otra parte sería la versión que nos habla de la historia de un antiguo asentamiento pesquero dedicado a la bajura y al marisco.
Las dos partes son complementarias pero la segunda versión, omitiendo la primera, parece más digna, más proletaria, más humana y también más falsa. La tierra de La Tiñosa no valía apenas una cabra. Valía un macho ca brío. Tierras improductivas que no servían ni para el pastoreo, al con trario que las llanuras de la actual Costa Teguise, que allí si se soltaban los camellos y las cabras para que no costase su manutención. A los de La Tiñosa no les gustó nunca que los llamasen tiñoseros, por vergüenza. Ni a los de La Villa trompeteros, ni a los de San Bartolomé batateros ni a los de Tías cochinos, pero esto es otra historia insultante, típicamente isleña.
Luego unos españoles y canarios, visionarios, erigieron un hotel en un lomo basáltico de aquella costa, ajache impracticable como todo precipicio, que daba a una playa de jable cuyo mar era tranquilo por el resguardo de los brazos de lava precipitados al mar. A si izquierda una playa grande: La Playa Grande. A su derecha una otra, que recibía dos nombres: Playa del Cangrejo y Playa Primera. Secuencia numérica impuesta por la población de La Tiñosa. Primera, segunda y tercera, ésta última la mayor.
Erigieron luego un muro de apartamentos que separase a la población del nuevo área turística de la población costera/tiñosera. Lo llamaron «el Muro de la Vergüenza». Se avergonzaban del estado en que se encontraban los naturales, se avergonzaban los más artificiales. La presión antrópica fue mayor: primero el hotel, lleno de los primeros turistas, la élite del turismo: ricos alemanes y ricos grancanarios. También una familia rica de Lanzarote, la de D. Nicolás Manrique de Lara, que prefería vivir en el hotel cada cierto tiempo, por circunstancias que no vienen al caso. A la derecha del hotel que se llama » Los Fariones», cierto que hay fariones de basalto, una urbanización, la primera también, que se llama «Playa Blanca»(cuando entonces la otra Playa Blanca, la sureña, era poco más que un asentamiento pesquero donde vivía la familia de Salvador Santana y su esposa, Doña Dolores, con sus hijos Torano, Benjamín y otros, los del restaurante pionero, hacedores del buen y bien hacer hostelero, ya digo, pioneros).
La burguesía insular, nativa, la dedicada al comercio, el servicio y la especulación inmobiliaria, decidió vivir cerca del hotel, y allí compraron apartamentos o edificaron viviendas. Junto a ellos la familia Kraus, veraneantes, también los Garrido de Tenerife y algunos otros pocos más. Fue el principio. Cuando entonces ya Cesar estaba desplazado en Tahíche, aunque Pepe Dámaso sí iba al «Fariones», que a Dámaso siempre le gustó la tertulia con canarionas en la terraza del hotel, entre sandwiches clubes y apletisers. El hotel lo dirigió siempre Don José Figuereo, con discreción y orden, como no he visto en ningún otro lugar ( el joven director del hotel Lancelot, en Arrecife, parece de la misma madera). Otros: los Ferrer, los Mesa, los Molina, los Matallana, los Panasco, los Díaz, los Morales…Parece un proyecto de inventario de burguesía local. Lo que no hubo en Fariones fueron españoles, salvo unos pocos, estadísticamente despreciables. Cierto que los Figuereo llegaron de Cataluña, pero son de la isla, no sabría cómo explicarlo, que aquí la gente es como en Ir landa, muy encerrada en sí misma pero a la postre reconoce el buen hacer, y sus hijos sí son absolutamente de la tierra, como las papas crías. La comunidad del lugar se acostumbró a la presencia de turistas, terminaron todos hablando una suerte de inglés de cortesía, otros, un inglés comercial. También logra ron aprender nociones de alemán. Se movían entre turistas de alto poder adquisitivo y vieron como poco a poco aquel principio de urbanización empezaba a extenderse por toda la isla. Hoy día aquella comunidad de pescadores a la que separaba del resto de veraneantes el «Muro», ya no existe. Son ricos ahora, viven de alquileres, restaurantes y para das de taxis. Algunos jóvenes han muerto por sobredosis de heroína. Ya no hay tiña. Los turistas del lugar tienen menos poder adquisitivo, la burguesía está dispersa y Figuereo sigue empeñado en mantener un nivel de calidad que otrora fuera la marca del lugar. Sin embargo el número de españoles sigue siendo muy pequeño, y en aquel reducto turístico es cierto que la población canaria sigue sintiéndose un poco corno en una urbanización internacional, pero no extranjera, pero no extraña, una urbanización que ha crecido con ellos. Y mientras en la isla apenas queda un sitio donde no encontremos a un foráneo, en Fariones, todavía, podemos sentirnos como en casa, y los guiris, son nuestros guiris.
Eso es todo.