Pregón de La Asomada 2009

Publicado: 11 junio, 2015 en Pregones de La Asomada

Fuente:
Archivo de: Óscar Torres Perdomo y Jesús Perdomo Ramírez

Pregón de las Fiestas de San José Obrero
La Aasomada   2009
Por: Juan Calero Rodríguez

Distinguidas autoridades, queridos vecinos de La Asomada y visitantes:JUAN CALERO

En primer lugar, quiero agradecer a la Comisión de Fiestas de La Asomada, el honor de ser pregonero de las Fiestas de San José Obrero, sintiéndome realmente halagado por ello. Por mi parte, hurgando en lo más profundo de mi memoria, intentaré que entre todos rememoremos las vivencias y costumbres de nuestro pueblo en la última mitad del siglo XX.

El germen de las Fiestas de San José Obrero, lo encontramos en aquellas misas que se celebraban inicialmente en La Escuela Nueva de La Asomada a finales de los años sesenta, celebrándose a continuación la procesión, para terminar con las actuaciones de rondallas y cantos populares en la era de Maestro Casiano y luego, casa de Don Antonio López y de Don Rafael González. Se finalizaba con sesión cinematográfica a cargo del Señor Cura.

Años más tarde , los vecinos del pueblo hicieron la pista de baile delante de » La Bodega de Segundo «, forrada con palmeras para evitar las miradas de los curiosos, quienes lo intentaban, podían recibir su correspondiente palo en la frente, de ahí el sobrenombre de » fiesta del palo». Se cobraba la entrada al baile cuya recaudación se destinaba a la construcción de la iglesia de este pueblo.

Quiero hacer constar que el solar para dicha Iglesia y Plaza, fue donado al pueblo de La Asomada mediante documentos privados de fecha 9 de Junio de 1 970 por: Don José Díaz Medina con su esposa, Doña Francisca Fajardo Martín, 321 metros y, Don Manuel Curbelo Batista, 384 metros.

Intervino como testigo, Don Pablo González.-

La Comisión de Fiestas me ha encargado que públicamente demos las gracias a los familiares de Don Fefo y de Don Manuel por tal gesto desinteresado y solidario. Por sus actitudes desprendidas, hoy nos encontramos en este teleclub celebrando un año más nuestras fiestas.

La Iglesia se construyó con la ayuda de los hombres y mujeres del pueblo, unos venían a trabajar personalmente y los que no podían, pagaban el día de trabajo. Luego, se construyó la Plaza, dirigida por Don Luis Ibáñez, hombre radicado en el municipio, colaborador de Cesar Manrique y amante de conservar la arquitectura tradicional. Para él igualmente, vaya nuestro agradecimiento.

Años más tarde, los bailes se celebraban en el almacén de Mario Hernández, cuya recaudación se destinaba, una vez finalizada La iglesia y Plaza, al inicio de los trabajos del Teleclub.

Otro edificio que marca nuestra pequeña historia de La Asomada, lo constituye nuestra Escuela.

La primera enseñanza pública, se inició en nuestro pueblo en casa de Irene Ferrer (Nenita), cuyas clases las impartía la maestra, Melita. Los métodos pedagógicos, lógicamente eran muy diferentes a los actuales. Al alumno que no se sabía la lección, le ponían unas orejas de burro para que el resto de la clase se riera de él.

A continuación, ya en 1.956, se imparten las primeras clases en la actual Escuela de La Asomada, donde las recibían unos cuarenta y cinco alumnos, tanto del pueblo como de sus alrededores.

Ya entrados los años 70, no se permitía la coeducación, es decir, los niños tenían que estar en aulas diferentes a la de las niñas; a éstas, les daba clase Doña Carmen y, su marido, Don Juan Perdomo, impartía la enseñanza a los chicos en una casa semiderruida conocida como de la Señora Matilde, en La Caldereta. Al siguiente año se construyó, también con la colaboración del pueblo, la que conocemos como, «Escuela Nueva».

Debido a la orografía de nuestras montañas, configurada por capas de cenizas impermeables y cubiertas por un manto de picón, los barrancos que bordean Gaida y Guardilama han dado origen a numerosas fuentes y manantiales. Al lado de la fuente, se solía construir un aljibe y a continuación, se preparaban los huertos de cebollinos con sus tanques y tanquillas, donde los chicos nos dábamos nuestros primeros chapuzones. No en vano, La Asomada era la zona más productiva de cebollas a nivel insular.

De entre todas las fuentes, quiero hacer mención por su aspecto social, a la llamada «Fuente de los Pobres» situada al norte de la casa de Félix Morales. Esta fuente, tenía una característica muy especial, inicialmente, ni siquiera tenía puerta por lo que todos los vecinos del pueblo podían acudir a la misma para matar su sed y poder dar un vaso de agua a los más pequeños.

También quiero hacer en este acto, un canto a los artesanos del pueblo. En primer lugar, recordamos la figura de Señor Félix Arrocha, quien empeñó su vida haciendo escobas de barrer, utilizando como materia prima la palmera. También era frecuente verle debajo de la «Viga de Segundo», raspando un zurrón.

En este capítulo también podemos mencionar a Zenón Betancort, que se dedicaba a múltiples tareas: remendaba zapatos, hacía las tajarras y los pretales de las sillas de los camellos, las cinchas y gorupas de las albardas de los burros y caballos, cabestros, salamos de los camellos y demás correajes que necesitasen los animales de carga de aquel entonces; también podía determinar la edad de los animales mirando su dentadura.

Más recientemente, podemos hablar de otro maestro artesano: Estanislao, conocido como Antonio Camacho, quien heredó de su madre los conocimientos para trabajar el junco con el que hacía cestos de mano, zarandas etc., dichos juncos crecían en la zona del parque Nacional de Timanfaya, lógicamente como persona seria y respetuosa obtuvo los correspondientes permisos de Medio Ambiente.

Era la época de las tiendas de aceite y vinagre, en La Asomada hubo dos, la de Bartolo y la de Segundo Bonilla, traían los alimentos desde Arrecife, en los camiones de José Aparicio, Nemesio Rodríguez y Cristóbal Valiente; por cierto, en una ocasión, el camión de Cristóbal se quedó sin luz y para poder llegar hasta Playa Blanca, el otro acompañante se subió en el guardabarros, alumbrándole con una linterna y así pudo llegar hasta su casa.

En este capítulo, también podemos hablar de las señoras Petra y Facunda, que venían en sus burros desde San Bartolomé; desde la Tinosa, Trina y María con sus cestas de pescado a la cabeza y, de las Breñas, llegaban también las señoras con sus burros cargados de sal de Janubio y pardelas que cogían en los riscos de su litoral.

Como se pueden imaginar, la medicina era muy rudimentaria, se santiguaban a los niños para sanarles el «mal de ojo», también a los animales en peligro de muerte; se curaba el pomo y se aplicaban un sinfín de remedios caseros, también como no, se acudía a los curanderos, verdaderos traumatólogos de la época. En más de una ocasión, los jóvenes del pueblo tuvimos que acudir a casa del Señor Guillermo, en Tao, para que nos curase «un esconche», originado por la caída de un burro o por luchadas que nos echábamos al soco de una pared.

Hablando de practicante, Mateo Betancort, era el encargado de poner las inyecciones a todos los vecinos del pueblo. Realmente era una persona que merece el reconocimiento de todos nosotros, siempre tenía un sí, en su boca, a cualquier hora que se le llamase, tanto de día como de noche, dejaba su trabajo de carpintería y de forma altruista, generosa y desinteresada acudía a pinchar a quien se lo solicitase.

Vivíamos en una sociedad de agricultores, ayudándonos a subsistir algunas cabras, vacas y gallinas que teníamos en los corrales. Desde muy pequeño, recuerdo subir a la Montaña de Guardilama agarrado al rabo de las vacas, junto con otros niños, Antonio Camacho, Ceferino Machín …Los chicos, matábamos el tiempo jugando con carros de tunera o al boliche; las chicas, al soco de los riscos, miraban atentas a sus madres que esperaban el final de la jornada, haciendo rosetas. De vez en cuando había algún incidente por confusión de quiénes debían cuidar las cabras o las vacas, pero al final todo se iba arreglando en la paz y tranquilidad de la montaña.

Fue precisamente el día de San José del año 59, cuidando las vacas en Guardilama, contaba con siete años, de repente empezó a llover y La Montaña se nubló completamente; me fue a buscar, un vecino, Sr. Enrique, yo mientras, me guarecía en la «Cueva de las Ovejas». Al llegar a casa, era tanta el agua que unos pollitos se habían ahogado en la pila del cochino, los mayores con alegría, festejaban el invierno.

Los jóvenes de aquella época, combinaban el duro trabajo del campo con la sana diversión, organizaron los primeros bailes en el casino del Sr. Mateo Betancort, al principio ni siquiera tenía aseo; los cantadores espontáneos, mientras bailaban con las jóvenes del pueblo, arrancaban con una isa o unas folias. Este casino, en cierto sentido lo podríamos calificar de moderno; por aquellas fechas, era obligatorio que las madres acompañasen a sus hijas al baile, pero claro, no podían dejar a los bebés solos en su casa, por lo que optaron por habilitar un cuarto al lado del salón de baile, que hacía de verdadera guardería.

También tenía mucho arraigo en el pueblo, las célebres, «santas», se celebraban en casa de Félix Morales, Domingo Reyes, Sr. Hilario y más tarde casa de Alberto González.

El punto de encuentro y centro neurálgico del pueblo era la cantina de Bartolo y de Segundo; Bajo la Viga, se jugaba al montón, a la bola, se trataban animales, era una verdadera plaza pública, mientras el resto de los chiquillos hacíamos polvo corriendo con la manilla y los arcos de envase, de bidones o de llantas de bicicleta; de bocina, un pito de caña. Era el lugar de tertulia tanto de jóvenes como de mayores.

En cambio, los vecinos de La Caldereta, los domingos por la tarde se reunían en casa de mis padres para jugar una partida a la brisca; yo contemplaba a los mayores encima de los sacos de grano comiendo garbanzos crudos. Era un núcleo de vecinos muy bien avenidos, entrañables, serviciales que estaban siempre dispuestos a ayudarse mutuamente en todo cuanto necesitase cualquiera de ellos, de ahí que se autodenominasen, «La Unión». Celebraban las «muertes de cochino» en las distintas casas, era un día que se esperaba con mucha ilusión, era el día de la paz, la concordia y la alegría ; al oscurecer, el anfitrión, regalaba a cada uno un trozo de carne y tocino para que se lo llevase a casa.

En cuanto a la docencia, mi primera maestra en la escuela de La Asomada fue, Doña Aurelia Medina, más tarde, Dña. Chana Perera, quién llegó a ser, Presidenta del Excelentísimo Cabildo Insular de Lanzarote; años después, en algún momento que coincidíamos hablamos entrañablemente y yo le recordaba, Chana, ¿te acuerdas cuando me diste cinco reglazos por no saberme el verbo pintar?, ¿Qué yo te pegué? esto lo cuento con mucho respeto y mucho cariño hacia mi maestra, Chana Perera. Las clases eran muy numerosas, como saben, La Asomada, es rica no solo en fuentes sino también en natalidad, todos conocemos las cuatro familias de este pueblo que suman 51 hijos, claro, no había televisión.

Ya a los doce años, mi hermano Servando, emigrante en Venezuela, en sus cartas escribía a mis padres que me pusiese en el instituto. Sobre todo mi padre era reticente porque siempre decía: «si lo pongo en el instituto y no saca nada, pierde el hábito a trabajar en el campo y se hace un vago». Decididos al final, dado que el nivel académico en La Asomada era bastante bajo debido en parte a la rotación de tantos profesores, le pedí permiso a Dña. Carmen Ponce para ir tres meses a la escuela de Mácher, donde era maestro D. José Espino. Los primeros días regresaba a mi casa un poco confuso, comprobando lo mucho que sabían sus alumnos y lo poco que sabía yo. Tengo que agradecer públicamente a Pepe Espino ese gesto. Fue el maestro que visitaba a los padres animándoles para que pusiesen a sus hijos en el instituto, cambiándoles los criterios y conceptos que hasta ese momento tenían. Con D. José Espino, salió la primera generación de universitarios de Mácher.

En aquella época, a diferencia del norte y centro de la isla, en el sur, no había mentalidad de estudio, los jóvenes nos teníamos que dedicar a la agricultura o a cualquier otro oficio. El número de estudiantes era muy reducido, los de todo el sur de la isla, es decir, desde Playa Honda hasta Playa Blanca, cabíamos en un micro de doce plazas. Eran tiempos con dificultad, con escasez de transporte, sin electricidad, teníamos que estudiar a la luz del farol o del quinqué, más tarde, con la pantalla de gas, eran épocas de emigración, en que se llegó a echar fuego para cocinar, con puntas de pitera seca o con moñigos de camello. Ya en el instituto, en Arrecife, los almuerzos nos los teníamos que preparar cada uno como podía, a base de plátanos, bocadillos, y huevos fritos.

Una vez finalizados los estudios universitarios, un día recibí una llamada del Senador por UCD, Rafael Stinga proponiéndome, conforme habían acordado un grupo de personas del municipio, encabezar la lista al Ayuntamiento de Tías, eran las primeras elecciones democráticas celebradas en abril de 1.979, cumplimos ahora 30 años.

En aquel entonces tuve la sana satisfacción de alcanzar la alcaldía de nuestro Ayuntamiento, cargo que ejercí durante toda la legislatura. En aquellas primeras elecciones democráticas, todos los que comparecimos a las mismas, lo hicimos con la noble intención de trabajar por nuestros pueblos y barrios; a pesar de tener mayoría absoluta y sin necesidad de pactos, al objeto de trabajar todos en pro del municipio, designamos presidente de la Comisión de, «Transporte, Policía y Pesca «, al cabeza de lista de la oposición, Don Florencio Suárez. Quiero sacar dos ideas esenciales que mantuvimos a largo de la legislatura:

Una, trabajar conjuntamente con el grupo de la oposición, los acuerdos se tomaban generalmente por unanimidad y se aceptaban mociones. En los plenillos, casa de Lalo Ferrer, llamábamos a Florencio para tratar los asuntos que íbamos a abordar luego en el pleno, en definitiva, intentábamos sumar y no, restar.

Otra idea que teníamos presente en todas nuestras actuaciones fue la de contención de gastos, administrábamos los fondos económicos del Ayuntamiento igual o mejor que nuestras propias economías, lejos de las suntuosidades y fuegos artificiales; al finalizar el mandato recuerdo haberle dicho al secretario que quería pagar hasta la última factura.

Ya para finalizar, quiero hacer un cálido y merecido homenaje a todos los hombres y mujeres del pueblo de La Asomada; tanto a los presentes como a los que ya nos han dejado por ley de vida, pues gracias a su trabajo, a su seriedad, a su esfuerzo y a sus consejos, nos han permitido que hoy estemos pregonando las Fiestas de San José Obrero en este teleclub, formando parte de nuestra sociedad del bienestar.

Salud y Paz, Alegres Fiestas, un abrazo a todos.

Juan Calero

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