Fuente:
Archivo de: Óscar Torres Perdomo y Jesús Perdomo Ramírez
Pregón de las Fiestas de San Pedro
Mácher 1992
Por: José Umpiérrez Viñas
El pregón de las fiestas de San Pedro, lo ilustraré con los acontecimientos religiosos de las primeras décadas del presente siglo. El hecho de haber nacido en esa época de tan grata solidaridad campesina, me sitúa en lugar privilegiado para rememorar todas las virtudes de las que hacían gala las felices sociedades de antaño, Los niños nos sentíamos gratamente complacidos al captar la inmensa felicidad de nuestros padres y abuelos, Acompañarlos a oír misa todos los domingos, era el más regocijo que nos brindaba un presente de tan alta moral cristiana.
Las dificultades o la pobreza de un pasado ya tan lejano, no era insuperable obstáculo para estrenar zapatitos nuevos en algunas fiestas patronales. Con cierto orgullo de niñitos inocentes, acudíamos a los festejos con el mismo entusiasmo contemplativo que captábamos en los alegres semblantes de los mayores.
Las juventudes de aquellos inolvidables tiempos, eran las encargadas de recoger los donativos que hacía el pueblo para gastos de los festejos; reparaciones en la ermita, adquirir voladores y lanzarlos al aire, en estallido de alegría colectiva, En la actualidad, la pirotécnica con los fuegos artificiales, lanzados al espacio en bellísimas cascadas de oro que se van esfumando lentamente, hacen las delicias de los niños, quedando atónitos ante la grandiosidad del bello espectáculo.
Recordando la grandeza espiritual del pasado, me entris¬tece el hecho de ver a viejos, jóvenes y niños alejarse paulatinamente de los divinos mandatos que nos da el Creador de todas las cosas. Volvamos de nuevo a seguir las hermosas sendas que nos marca la Santa Iglesia Católica, Ella nos brinda la posibilidad de navegar por el manso océano del Reino Celestial. Si casi toda la humanidad va caminando, con paso incierto por las dilatadas llanuras del materialismo. Creo que llegó la hora de dar un grito de alarma y el primal paso: Abramos los amplios ventanales de nuestras almas ya marchitas: dejemos que entren en ellas el aroma purificador de los jardines espirituales y los blondos céfiros del nido de la fe cristiana. Si dejamos que se hunda en el insondable pozo de la incertidumbre ¡pobre de nosotros! que vamos a la deriva, sin brújula ni sextante, y sin la antorcha luminosa que nos alumbre el estrecho y tortuoso camino que conduce a la deslumbrante mansión de la eternidad. Como broche final a la narrativa del pregón festivo, mi más cordial saludo a mi querido pueblo en fiestas.