Fuente:
Archivo de: Óscar Torres Perdomo y Jesús Perdomo Ramírez
Pregón de las Fiestas de Ntra. Sra. de La Candelaria
Tías 2006
Por: Bernarda Candelaria Díaz Rodríguez
Tras el natural desconcierto del primer momento en que se me propuso ser pregonera de las fiestas de Nuestra Señora de la Candelaria y San Blas de este año 2006, no pude evitar sentirme, por un lado, muy agradecida al concejal de cultura del Ayuntamiento de Tías por el detalle tan halagador de confiar en mí esta responsabilidad y, por otro lado, ilusionada ante la idea de pregonar las fiestas de mi pueblo, por dos razones muy claras: primero, porque me siento orgullosa de haber nacido en Tías y, especialmente, de formar parte de una generación que, a pesar de tocarle crecer en una época de profundos cambios económicos, sociales, culturales y políticos, fue una generación de jóvenes sana y es hoy una generación de adultos trabajadores, dignos herederos de los que, en momentos menos prósperos, sudaron si descanso para sacar fruto de esta tierra baldía.
La segunda razón es que estas fiestas de la Candelaria se han vivido siempre con fervor en el seno de mi familia. Sería muy difícil haber nacido en casa de Benigno y no tener un sentimiento especial hacía todo lo que esté vinculado a la Iglesia de la Candelaria, por el entusiasmo que pone ante cualquier celebración que tenga lugar allí, por su dedicación desinteresada y entrega al cuidado de la iglesia, siempre junto con su amigo Lázaro Martín, convirtiéndose ambos en sus más celosos guardianes durante algunos años en que el templo estuvo dejado de la mano de Dios.
Es precisamente la imagen de la Iglesia de la Candelaria junto con el cementerio más antiguo de la isla, en lo alto del pueblo y con la Montaña Blanca al fondo, la estampa más emblemática de este pueblo de Tías y, a su vez, ese punto constituye un mirador natural desde donde se puede contemplar una vista incomparable del pueblo de Tías, de la costa y del mar.
Desde lo alto, la virgen de la Candelaria, con su candela, ha sido testigo, a lo largo de más de doscientos años de historia desde que fuera construido el templo y posteriormente constituido en parroquia en 1796, de la lucha incansable por la supervivencia de los habitantes de estos pagos, del duro trabajo en el campo y en la mar y de la transformación de la sociedad y la economía a partir de los años 70, que se vivió de forma intensa en este municipio, al ser su costa pionera en la explotación turística insular, alcanzándose ya en los años 80 unos niveles de bienestar y desarrollo económico desconocidos hasta entonces.
A los que nacimos en los albores de los 60 nos dio tiempo a vivir parte de aquella época difícil, llena de precariedades, en la que el agua era el bien más preciado por ser tan escaso y necesario para que los cultivos brotaran, de lo cual dependía el sustento de la mayoría de las familias.
Recuerdo que era Tías, por aquel entonces, un núcleo de población de casas desimanadas, caminos de tierra y paredes de piedra, escasamente salpicado de verdor por los cultivos, las tuneras, las piteras, las aulagas, alguna que otra palmera y las hierbas que, de forma milagrosa, crecían a poco que la tierra fuera bendecida por la lluvia. Las viviendas estaban generalmente construidas con los frontis hacia el sur, dando la espalda al viento, y la estructura y organización de las mismas estaba relacionada con la principal actividad económica de la época, que consistía en una agricultura tradicional de subsistencia y de abastecimiento del mercado insular basada en cereales (la cebada, el trigo y el millo que servían para hacer gofio y pan, o para los sabrosos caldos), leguminosas (lentejas, garbanzos, chícharos y arbejas, para los potajes), papas, viñas, algunos árboles frutales y, sobre todo, el tomate y la cebolla que eran además productos de exportación.
Así, eran elementos esenciales en las viviendas: la era para trillar las legumbres y cereales, los hornos para hacer el pan y otros asados, los pajeros para conservar la paja de cereales y legumbres que servía de alimento al ganado, los canales y los caños que conducían el agua de la lluvia a las aljibes que normalmente se encontraban en el centro de un patio descubierto, alrededor del cual se distribuían las distintas habitaciones. Fuera estaban las gañanías del burro o camello, que se empleaban en las labores del campo, el cuarto de los aperos de labranza, y también el gallinero y los corrales del cochino o de las cabras, que proporcionaban alimentos que ayudaban al sostenimiento de la economía doméstica. Estos últimos se mantenían incluso entre aquellas familias que no tenían la agricultura como medio de vida. Algunas viviendas albergaban también un lagar para hacer el vino.
Ya en el interior de las viviendas, eran utensilios indispensables: los bernegales para conservar el agua fresca, los baldes para guindar el agua, las planchas de hierro que se calentaban al fuego y que habían sustituido a las de carbón, los quinqués de petróleo y las palmatorias para alumbrarse en las noches, las pilas hechas de piedra viva para lavar la ropa, las palanganas para el aseo personal, los lebrillos para fregar, la escoba de palma para barrer los suelos de piedra, los infiernillos de petróleo, los colchones de paja, los mosqueros en los techos, los transistores de pilas, los morteros, los molinillos de café, los escarmenadores… y un sinfín de muebles y enseres que se usaron en toda la isla y que forman parte de nuestra cultura y de nuestra historia.
Al evocar aquellos tiempos, se entremezclan en mi memoria las más variadas escenas: de abuelas ataviadas con el sobretodo y con el pañuelo atado bajo la barbilla, vestidas de negro (siempre llevaban luto por alguien) y haciendo rosetas con los espejuelos puestos. De las pavesas que encendían para las ánimas del purgatorio por el día de Todos los Santos y por el día de Santa Lucía. De los parientes que regresaban de la cosa de África después de haberse embarcado a la pesca grande, que duraba de febrero a julio, o a la pesca chica, para la que salían después de San Ginés y volvían en diciembre. De gente asomada a los postigos saludando a quien pasara, o sentada en los charlones de las casas charlando al atardecer. De algún hombre sentado bajo una pared, a la sombra de un especiero, fumando su cachimba mientras algún perenquén o alguna lagartija salían de entre las piedras. De la señora Romana cuando recorría los caminos dando recado de parte de los novios que iban a contraer matrimonio. De las cartas que llegaban de América de algún pariente que había emigrado allí en décadas anteriores en busca de mejor suerte. Del cine del cura en el Morro. De vecinos montados en burro o a pie,, de regreso de la dura jornada en las tierras, los hombres con las cachorras y las mujeres con sombreras o las gorras para protegerse de las largas horas al sol. De un grupo de hombres echando una partida la bola. De los calados de la señora Catalina Chávez, de Masdache, a la que se le hacían encargos para la ropa de la rondalla. De los que éramos chinitos entonces, jugando descalzos en las eras, en los caminos o en los alrededores de las casas al escondite, a las casitas, a la soga, con el aro, al boliche, o a juegos de pelota como el quemado o el pase. O del sobrado de casa de Ofelia, donde algunos chinijos de Las Cuestas hicimos los primeros “palotes y redondotes” y aprendimos a leer y a escribir con Lola antes de empezar en la escuela.
En el marco de esta forma de vida humilde, la religión tenía un papel primordial y la iglesia era el principal punto de encuentro de los vecinos, siendo las celebraciones religiosas, no sólo una forma de manifestar la fe y la devoción, sino un motivo de reunión e interrelación social.
Las fiestas de la Candelaria y San Blas eran las más importantes del pueblo y a su función acudían personas de todos los pagos del municipio. La mayoría de la gente subía caminando y era la ocasión para estrenar ropa, emperifollarse y ponerse los zapatos de tacón o de charol. El cura Don José Quintero, que sabía música, ensayaba el coro, formado por gente del pueblo, durante los días previos. Los tronos de la virgen y de San Blas se adornaban con flores artificiales y velas. Ese día, costumbre reservar un espacio en la parte delantera de la iglesia para las autoridades civiles y militares. La función empezaba con el canto de la tercia, para la cual el cura, junto con los demás sacerdotes que venían de otras parroquias a concelebrar la misa, subía al coro, vestidos todos con sotana y roquete y cantaban dicho cántico en latín acompañados por el armonio.
La misa era cantada y acompañada por el coro parroquial y el armonio, tocado algunos años por Antoñita Cabrera y en otras ocasiones por Braulio de Peón. Algunos niños del pueblo, como se hacía en todas las misas del año, servían de monaguillos, vestidos con sus túnicas rojas y roquete blancos y, entre otras cosas, se encargaban de tocar la campanilla en el momento de la consagración y de pasar el platillo antes del ofertorio. El olor a incienso que desprendía el incensario, que el cura balanceaba desde el altar, impregnaba todo el templo. Al finalizar la misa, se sacaba a la Virgen y a San Blas en procesión, acompañada por la Banda de Cornetas y Tambores del Batallón de Infantería de los Cuarteles.
Tras la celebración, todos los sacerdotes almorzaban en casa del cura, en el barranco del cura detrás de casa de Perico Valiente y el resto de los vecinos tenían ese día en sus casas un almuerzo especial con familiares y allegados consistente en el tradicional puchero o en un compuesto de carne de cochino.
Por la tarde, tenía lugar la luchada, deporte de gran raigambre en Tías, donde antiguamente se celebraban las luchas corridas en las que se desafiaba a luchadores de toda la isla. No en vano este pueblo fue cuna de luchadores de la talla de Santiago Rodríguez Borges conocido por “el majorero” del que cuentan que, con motivo de un desafío personal, que era bastante corrientes por aquel entonces, se dirigió a casa del luchador Mamerto Pérez, que vivía en Los Valles, siendo recibido al llegar por su hermana Dolores, que tendría unos veinte años y quien al entrar en la casa y comunicar a otro familiar que fuera había un señor buscando a Mamerto para desafiarlo, dicho familiar le contestó que Mamerto se encontraba en Haría y que le pegara ella misma. Dicen que tuvieron una agarrada y que Dolores lo tiró. Resultó que Santiago y Dolores se enamoraron, se casaron y tuvieron varios hijos, entre ellos, Mamerto Rodríguez Pérez, que fue alcalde de Tías durante la República y Ulpiano Rodríguez Pérez, que fue uno de los mejores luchadores de la isla y en honor al cual se dio ese nombre al terrero de lucha de Tías. Parece que fue Dolores la que enseñó a luchar a sus hijos, fomentando así la afilón y contribuyendo de esa manera a la transmisión de la cultura popular, tarea esta en la que la mujer ha tenido un papel fundamental a lo largo de la historia.
Los bailes en la sociedad eran otro elemento importante en la vida social del municipio, pero durante muchos años fueron motivo de polémica. Según cuentan nuestros mayores, el cura se negaba a dar la comunión a los que asistían a los bailes y durante las fiestas de la Candelaria, parece que no podían celebrarse durante ocho días y si se hacía baile no había función, dándose el caso de que en alguna ocasión el cura llegó a montar guardia delante de la sociedad para, con su presencia, evitar que el baile diera comienzo antes de las doce, hora en que ya se entraba en el nuevo día y vencía la octava.
El día de San Blas también se celebraba misa y se sacaba de nuevo a la virgen y al santo en procesión. Hubo una época en que ese día, durante la celebración, se ponía a los niños un cordoncito amarillo alrededor del cuello, por ser San Blas el patrón de las enfermedades de la garganta y de la gripe. Yo misma recuerdo que, durante un tiempo y siendo muy pequeña, llevé el hábito de San Blas, un vestido morado con un cordón amarillo en la cintura, por una promesa que hicieron mis padres debido a un atragantamiento sufrido al pasar la tos ferina, pues era habitual ofrecer promesas a los santos que eran patronos del mal que se padecía o situación que se atravesaba y, si la ayuda era concedida, se cumplía la promesa vistiéndose del hábito del santo o de la virgen.
Especial relevancia tenían también, por aquel entonces, las novenas de mayo, que congregaban a los vecino de los distintos pagos del municipio en la iglesia de la Candelaria. Cada pueblo, Conil, Masdache, La Asomada, La Tiñosa, Mácher y Tías, tenía su día para preparar su novena, en la que se engalanaba el altar cubriéndolo de blanco, se adornaba con ramos de azucenas y se encendían múltiples velas en candeleros y candelabros, los niños decían versos a la virgen vestidos de angelitos, se rezaba el rosario y se cantaba a la virgen. Existía la picaresca de que la gente de algunos pagos acudía a las novenas de los otros para tomar recortes e intentar superarlos. Tías hacía su novena un jueves, el día de la Ascensión y el último día de mayo tenía lugar la novena de las Hijas de María, que era organizada por el señor Bernardo Arroyo y su hermana Angelita, que pertenecía a la congregación de las Hijas de María, y era la más solemne de todas.
Era todo esto la expresión de una forma de vivir, de una cultura y sociedad diferentes, que no se trata de añorar, pero tampoco olvidas porque conforman nuestra historia y es interesante que nuestros jóvenes y las generaciones venideras la conozcan.
En este sentido es digna de elogio y reconocimiento la labor llevada a cabo durante años por Julián Rodríguez en la investigación y el rescate de las tradiciones de nuestros antepasados. Un trabajo de recopilación de cantares, anécdotas, juegos y costumbres de un incalculable valor. Dudo que haya alguien actualmente en este municipio que conozca tan bien nuestro patrimonio cultural e histórico.
La década de los 70 fue la época de los grandes cambios, durante la que se fue consolidando en el municipio una economía basada en la industria del turismo, que se había iniciado a mediados de los 60 con la construcción del hotel Los Faraones. A lo largo de los años 70 se construyeron grandes urbanizaciones junto al pueblecito pesquero de La Tiñosa y a lo largo de la costa, que generaron mucho empleo en el sector de la construcción y la hostelería, siendo el inicio de un desarrollo turístico que se convertiría en el eje de la economía insular. Si bien en esos años la mayor parte del municipio continuaba sin luz eléctrica y carente de una serie de servicios básicos, con el crecimiento de esa nueva actividad económica, se empezó a notar una mejoría en las condiciones de vida de la mayoría de las familias, con los consiguientes cambios sociales y culturales que trajo aparejados la nueva situación.
Personalmente, de esos años 70 guardo un grato recuerdo de “Los Cantores del Sur”, un grupo que se formó con unos cuantos chinijos, parientes y vecinos, y algunos miembros de mi familia. Allí aprendimos todos a tocar algún instrumento con mi padre y ensayábamos todas las tardecitas a la luz de una lámpara de gas, llegando a tener un repertorio de lo más variado, desde cantos religiosos para tocar en las misas, hasta canciones típicas de nuestra tierra y otro tipo de canciones populares, llegando incluso a formar parte del Rancho de Pascua durante algunos años.
Y con especial cariño recuerdo también al Club Nueva Juventud, que nació en los salones de la Iglesia Nueva, donde un grupo de adolescentes de aquella época nos iniciamos en el asociacionismo juvenil y dimos rienda suelta a nuestras inquietudes sin grandes medios, defendiendo una serie de valores y promoviendo la participación cultural. Ahí surgió el grupo de teatro “los fragosos”, que participó en varias fiestas del municipio representando distintas obras, un grupo de música y se llegó incluso a montar una pequeña biblioteca. Siempre ha sido Tías un pueblo de gente con iniciativa y espíritu de lucha.
En esa década de los 70, la iglesia de la Candelaria estuvo en un estado de deterioro y casi abandonado. Coincidiendo con los inicios de la iglesia Nueva y el traslado de todos los actos religiosos a la misma, estuvo incluso a punto de ser cerrada, de no ser por la oposición de los vecinos de la zona, que consiguieron que se siguiera celebrando misa allí los domingos y los días festivos. Años más tarde, Lázaro y mi padre, con voluntad y tesón se pusieron manos a la obra y decidieron ellos mismos, por las tardes y algunas noches, restaurar los desperfectos. Así, pintaron los retablos, las sacristías y arreglaron las vigas del techo y el coro, entre otras cosas. Pero todo esto no hubiera sido posible sin la colaboración económica de los vecinos del Lugar de Arriba. Cuenta mi padre que, una de las tantas veces en que salieron Lázaro y él a recaudar dinero de los vecinos, la señora Trina los convidó con un vaso de vino (de los grandes) y poco después la señora Victoria, lo que ocasionó que, a la vuelta, vinieran camino abajo hablando, pero sin verse, terminando Lázaro tumbado debajo de una pared en el enarenado de casa de su suegro para refrescarse antes de continuar el camino hasta su casa. Lo que no cuenta mi padre es cómo llegó él, probablemente porque ni se acuerda.
Unos años más tarde se empezó a construir la plaza de la iglesia, diseñada por Don Luis Ibáñez y quedó completamente terminada el 22 de agosto de 1981, día en que se plantaron los árboles y las plantas.
Todo el conjunto es hoy Bien de Interés Cultural y se ilumina y se llena de bullicio y jolgorio todos los años con motivo de las fiestas de la Candelaria, que continúan gozando de gran solemnidad religiosa y participación popular.
Ahora la iglesia se viste de flores naturales. Margarita Rodríguez y Lola Martín se encargan habitualmente de que el templo esté limpio, pero días antes de las fiestas, Margarita reúne además a un grupo de vecinas y amigas para dejarlo mejor aún y que todo esté impecable para la ocasión. El coro sigue cantando en la función, en los últimos tiempos acompañado al armonio por Gerardo Cabrera, recientemente fallecido, que durante más de diez años se preste a colaborar de forma desinteresada y con el buen humor que le caracterizaba. La procesión es actualmente acompañada por la Banda Municipal de Tías y luego algún grupo folclórico ofrece los bailes y cantos de la tierra a la virgen.
Son múltiples los actos que se celebran por las fiestas, entre los que ha cobrado gran popularidad la fritura de carne de cochino en la plaza de la iglesia, al calor de los ventorrillos, la víspera de la Candelaria.
Todos los que en algún momento de la vida, por diversas circunstancias, hemos vivido fuera de la isla, hemos sentido ese toque de nostalgia, de forma más acusada, en fechas señaladas como estas y hemos tenido la oportunidad de apreciar, desde la distancia, el valor de nuestro pueblo y de nuestra gente.
Tías es hoy un pueblo en el que, entre sus gentes, conviven en armonía personas procedentes de otros pueblos de la isla, de otras islas, de otros lugares de España y de otros países de Europa y del mundo. Es un lugar en el que se vive muy bien, porque sigue siendo un pueblo tranquilo, porque está muy bien dotado de infraestructuras educativas, completo en cuanto a establecimiento comerciales, por su proximidad a las zonas de ocio más importantes, por estar cerca de la capital y del aeropuerto, porque cuenta con unas instalaciones deportivas de primera calidad, una escuela de música y folclore consolidada y muy interesantes ofertas culturales y de ocio para todas las edades.
A mí me gustaría aprovechar para animar a las autoridades aquí presentes a que le prestaran siempre un interés especial a la cultura y le dieran un impulso mayor si cabe, que hagan de Tías un pueblo de gente preparada, que valore y vele por su patrimonio, cuide con mimo el paisaje, conserve su identidad y siga siendo a la vez el pueblo sencillo, abierto, integrador y tolerante que ha demostrado ser a lo largo de todos estos años.
Sean todos bienvenidos a estas fiestas de Nuestra Señora de la Candelaria y San Blas y disfruten de ellas en paz y con ilusión.
Muchas gracias y felices fiestas a todos.