Pregón de Puerto del Carmen 2009

Publicado: 7 julio, 2015 en Pregones de Puerto del Carmen

Fuente:
Archivo de: Óscar Torres Perdomo y Jesús Perdomo Ramírez

Pregón de las Fiestas de Ntra. Sra. del Carmen
Puerto del Carmen    2009
Por:   Antonio  Pérez  Fránquiz
Antonio Perez Franquiz1

LA ESCUELA
Mi niñez transcurrió en este querido pueblo marinero como la de todos los chicos del lugar, con más o menos años de diferencia. Empezaré por la escuela, a la que no nos permitían acudir antes de los 9 años. Fui por primera vez acompañado por mi hermana lsidora. Como todos los niños los primeros días anduve perdido y curioso a la vez. La maestra se llamaba Doña Antonia, de la cual no recuerdo el apellido.

Empezábamos por la cartilla primera, donde estaban las vocales y algunas consonantes. Era la cartilla de «mi mamá me ama, amo a mi mamá». En los 9 meses le dábamos 3 ó 4 vueltas a la cartilla. Y vuelta a empezar otra vez.
Después de Doña Antonia vino un maestro, Don Eduardo, que más que maestro parecía un sargento. Nos puso a todos en poco tiempo a «cuidado que viene». Tenía mal genio, pero enseñaba bien, sobre todo los números y el dictado. Le gustaba el vino, como a mí, que lo digo. Le pusimos de nombrete «El Culín», lo mismo que a mí, que cuando bebía me pusieron de nombrete «Vasito de vino». A algún buen amigo se le ocurriría la acertada idea. Nosotros llamábamos El Culín a Don Eduardo por el nombre que él le daba al vaso en que se lo tomaba. Recuerden que era de una forma acampanada con el culo duro y de grueso cristal. Cuando llegaba a casa de Paula, la de la lonja, le pedía a ella o a Benito Ruiz que le pusieran un culín.
También recuerdo recibir clases de Aurelia Cruz por ausencia de los maestros, que era de Mácher. Así como de Paco Cruz, que era tío o familia del actual Alcalde. Era cojo y usaba una muleta de madera. Tampoco era muy buen chaval como maestro. Después y, por último, fue un maestro que se llamaba Don Santiago. Era hermano de Yoyita, casada con Antonio Padrón, de Mácher. Decir que mi escuela fue siempre un almacén que se encuentra junto a lo que antes fue Correos, al lado del arbolito. Acabó siendo un empaquetado de tomates. En mi tiempo no conocí exámenes, ni notas ni suspensos, ni aprobados. Todo era como se decía antes, que era saber leer y escribir, y aprender las 4 reglas: sumar, restar, multiplicar y dividir. Y así acabábamos los estudios hasta el próximo curso, seguro que muchos lo recuerdan.

LAS FIESTAS
Las fiestas de mi niñez consistían básicamente en celebrar actos religiosos. La comida familiar era un puchero. Y en cuanto a la ropa, estrenar unos calzones y una camisa nueva con un par de alpargatas reforzadas por las punteras, ¿se acuerdan?
Para colaborar con el cura nos reuníamos unos cuantos chicos, que bajo la dirección y consejo de Adela, la de Cristobalina, y su prima Genara, nos indicaban lo que había que hacer. Unos a buscar palmeras para enramar la iglesia y los barquillos. Otros, a las banderitas de papel, a limpiar los alrededores de la iglesia, etc. A mí siempre me entregaban el tarro de Sidol para que limpiara las coronas de la Virgen del Carmen y la de «Yo soy la Purísima Concepción», que se podía leer en la corona de la Virgen de Lourdes.
Las chicas, que para nosotros eran la alegría de la huerta, se dedicaban a la limpieza, arreglo y decoración del interior de la iglesia. Siempre bajo la supervisión de Adela y Genara, que velaban con sano celo de que todo estuviera bien y a punto para el momento dado. Primero se sacaba, como ahora, la procesión por la mar. La Virgen del Cannel era llevada a hombros por los marineros hasta el Varadero. Tenían que entrar descalzos en el agua para colocar la virgen en el barquillo que estuviera designado para el paseo marítimo. En aquellos tiempos no había muelle.
El paseo marítimo se hacía en los barquillos movidos a remos. No había barcos con motor en aquellos tiempos, ni falta que hacía. Todo se terminaba con cánticos y vivas a la patrona marinera.
Otro día se celebraba la procesión por tierra, donde también el acto era igual al actual. Aunque la diferencia de los recursos de ayer a los de hoy dista un abismo en todo. No había luz y las calles eran de tierra. Algunas personas portaban unos faroles con una vela, que siempre iban cerca de los que cargaban a los santos, para ver donde fundaban los pies. Se tiraban durante la procesión varias docenas de voladores pequeños. Recuerdo que la mitad de ellos cuando arrimabas el cigarro a la mecha explotaban en las manos. A más de una mujer le llegó a quemar el traje de la fiesta.
Recuerdo que, en lugar de los carricoches de hoy de Santana, llegaban a la fiesta y se coloca¬ban en los alrededores de la iglesia, Pedro Acosta de Mácher, padre de Carmita, con el Bichillo. También Ambrosio Machín, de Tías, y un señor de Uga de apellido Tavío, que ponía una ruleta con caramelos. Eran de azúcar derretido y estaban envueltos en papeles de colores del mismo material del que se hacían las banderitas. A los chinijos y chinijas nos sabían a lo mejor, eso sí tus padres te daban 1 ó 2 pesetas por la fiesta.

LA NIÑEZ, EL VARADERO, Y LA MAREA DEL BAJO
El Varadero se trataba de una caleta pequeña o encerrada con una bonita playa de callaos y arena negra. Era una playa muy adecuada para el resguardo de los barquillos, sobre todo cuando soplaban fuertes vientos de componente sur en los meses de invierno. También muy adecuada para que los pescadores pudieran realizar sus faenas de pesca.
El Varadero fue siempre el punto de encuentro diario de mayores, jóvenes y niños. También para visitantes. Los mayores se dedicaban a sus faenas marineras: cuidado de los barquillos, redes, enseres de pesca varios. También en algún rato libre a jugar la partida «al pierde paga», y así tomar el «pisco» de ron o el vasito de vino antes del almuerzo. Recuerdo que las mujeres casadas tenían la costumbre de enviar al chinijo a la cantina con este recado: «dile a tu padre que ya está la comida». El chico llegaba y le decía al padre: «papá, que dice mamá que vayas a comer», y él contestaba: «dile que vaya poniendo los platos que ya voy». Estas eran agradables vivencias familiares en un tranquilo pueblo marinero con olor y sabor a pescado fresco, seco o salado. A jareas, a pejines, a musgo y salitre. Los días calurosos de agosto daban ganas de meterte en sus frescas aguas con ropa y todo.
Se tendían al sol los chinchorros para secarlos, y los jóvenes los repasaban para reparar los que estuvieran rotos. Agujas de rederos llenas de hilo y navajas eran las herramientas de trabajo para remendar las redes. Ellos también en sus ratos libres jugaban sus partidas, a veces con los mayores. En las tardes se sentaban en el muro del Varadero y hablaban en plan cotilleo de las chicas del pueblo, en conversaciones propias de la edad. Para los más pequeños de la Tiñosa, más que el Varadero era «La Marea del Bajo». Ya fuera a marea llena, media marea o marea vacía. Era la visita diaria de todos y todas sin exclusión y sin disculpas: «Todos al Bajo, como los cabosos al charco» exclamábamos.
La Marea del Bajo era una pequeña plataforma costera que se adentraba en la mar unos 80 metros en línea recta, tomando como referencia la pleamar o marea llena, y con una profundidad máxima de 3 metros. Podía tener una superficie de un campo de fútbol, teniendo en cuenta los desniveles. Estaba situado en lo que hoy es la plaza del Varadero y parte del puerto. Recordar que el agua en pleamar llegaba a las canchas de bolas hoy. La Marea del Bajo siempre fue nuestro parque infantil. No había lugar más adecuado para nuestros entretenidos juegos acuáticos. Allí imitábamos a nuestros mayores, y ensayábamos para nuestra futura profesión. A marca vacía los chinijos llevábamos a cabo a menor escala todo lo que veíamos hacer a los mayores. Barcos de hojalata o madera, velas de trapo, chinchorros, nasas y guelderas. Cordeles con anzuelo que hacíamos con alfileres que les robábamos a las madres de las pelotas de hacer rosetas. También rociegas, rozones con vergas gruesas, etc. A los barquitos, como dije, hechos con cacharros o maderas, les poníamos nombres y folios. Les hacíamos las velas de cualquier trapo viejo, no importaba que fuera estampado. La cosa consistía en que se pareciera lo más posible al barco de tu padre.

LOS COSTEROS
Todos los pueblos que lindan con riberas del mar tienen su parecido y su similitud, en referencia a sus habitantes, tanto en sus comportamientos sociales, costumbres, hábitos y vivencias. Todo está basado y justificado con el medio de supervivencia, que es el mar.
De él extraemos como mejor sabemos y podemos el sustento para vivir, no exento del duro trabajo que hay que realizar para lograrlo. Esta labor se realizaba tanto en cercanas aguas del litoral de la isla como en los desplazamientos que había que hacer a otros caladeros lejanos, como puede ser al rico banco Canario-Sahariano. También en latitudes más al sur, como es el caso de la Costa de Mauritania. Los mayores de este pueblo son sacrificados testigos de este último lugar. Se escuchaba mucho aquello de «La Costa del Moro» y «nosotros Los Costeros», dicho con orgullo. Es curioso que cuando se le preguntaba por su hijo o su marido, ella contestaba: «Está embarcado pa la costa del moro».
Mi padre, igual que cualquier otro del pueblo nos decía de pequeños: «cuando cumplas 14 años tendrás la edad para sacarte la cartilla de navegación, y te vendrás conmigo a la Costa igual que tu hermano Emilio». Era curioso que en vez de entristecerte la noticia te ponía orgulloso y deseando que pasara el tiempo que faltaba. En aquel tiempo, que un chiquillo de 14 años tuviera que emigrar a otro país para trabajar nos parecía normal. No nos dábamos cuenta que éramos emigrantes por necesidad imperante. En cambio hoy nos sorprendemos y extrañamos cuando ellos desde allí, por el mismo o peor motivo, llegan a nuestras costas. Corriendo el riesgo de perder la \ ida, como ya ha sucedido, por lograr lo mismo que nosotros cuando íbamos a sus costas. íbamos en busca de nuestra comida y la de los que se quedaban en casa esperando impacientes nuestro deseado regreso. Pido desde aquí, para los emigrantes solidaridad, ayuda y colaboración de los organismos correspondientes. Y a todos en general que seamos respetuosos con ellos. ¡Son humanos sin más!

EL AGUA EN LA TIÑOSA
El agua, que era una de las necesidades más importantes, siempre escaseaba si no llovía o llovía poco. Esto ocurría en toda la isla en general. Recuerdo que quien no tenía aljibe, que éramos muchos en el pueblo, tenían que comprarla por barriles de 16 litros, o garrafones de cristal forrados a quien la vendiera. Recuerdo a Rafael Cabrera, vendedor de agua, y también a Rafael Ferrer, que la trasportaba en bidones desde Mácher hasta La Tiñosa en un carro tirado por mulos. Este despacho se hacía desde la tienda de Juana Ferrer, donde estaba «el Aljibe». Con el tiempo fue mejorando el servicio con el despacho de agua desde el «El Aljibe del Cabildo». Se vendía a un precio más justo, y tenía un despacho más controlado.
La encargada del despacho y cobro del agua era Antonia la de Curbelo y Concha, su cuñada. Empezaba a despachar desde la 8 de la mañana y terminaba cuando todos en el pueblo quedaban servidos. El despacho del agua no era discrecional. Los litros que podías llevar en el día guardaba relación con el número de habitantes de cada casa. Cada cual tenía que guindar su agua con el balde. Como anécdota contar que había que coger turno y guardar rigurosa cola. Entonces nuestras madres hacían un sorteo entre los hermanos para así saber a quien le tocaba poner el garrafón en la fila lo más temprano posible y así ser de los primeros. Al llegar a casa había que decir a la madre o hermana mayor el lugar donde estaba el garrafón colocado en la fila, para saber si lo movió otro espabilado. Al llegar a casa decíamos: «Madre, el garrafón nuestro está colocado entre el barril de la vieja Maximina y el garrafón de Sixta la de Casimiro», por ejemplo. Después de colocar el envase para el agua había que ir a la escuela.

EL PAN DE LA TIÑOSA
Recuerdo cuando se hacía el pan en el pueblo y se repartía a través de la cartilla de racionamiento. Esto consistía en ir a la Panadería con la cartilla y te daban el pan que te correspondía por cada miembro de una misma familia. El panadero sacaba de la cartilla tantos cupones como miembros tuviera la Familia. La panadería era propiedad de una señora llamada Nicolasa Hernández y su hijo José, conocido como «el Moreno», y hermano de Alonso. Se encontraba ubicada en el lugar donde hoy está el C.C. Roque Nublo, donde actualmente se encuentra la farmacia del pueblo y el Cangrejo Rojo. También Felipe el de Ufrasia traía todos los días una cesta al hombro llena con pan, tortas de millo y afrecho. Más tarde llegaba a través de las guaguas, que lo hacían en la Harinera de Arrecife. Luego fueron los furgones de San Bartolomé de Manolo y Pedro.

TIENDAS Y CANTINAS DE LA TIÑOSA
En «Cajafrecho», donde hoy está la calle Los infantes, estaba la tienda de Teresa Hernández
«la panadera» y Lorenzo López. En el Varadero estaba la tienda de los padres de Nona, Mercedes y Tomás. Después pasó a Petra y a Tomás «El Canario». Frente a la iglesia estaba la tienda de estos últimos, que luego pasó a Amelia y a Domingo «El Cobrador», padres de Yolanda. La tienda de Paula y Benito Ruiz estaba donde hoy está el «Victoria lnn», y la de la vieja Adela, madre de Antonio la de Curbelo, estaba situada en el frontis de Puerto Escondido, donde hoy esta un bar inglés junto al Supermercado Marcelo.
Donde actualmente se encuentra este supermercado había antes una tienda propiedad de Pepe Pérez, tío mío. Y frente a esta se instaló otra de José y Josefina. Cerca, y al otro lado de la misma calle, se encontraba la de María la de Antonia, madre de Falo y Antonio y la de Gualda.
A continuación la tienda de Mercedes, madre de Nona. Y por último, en el lugar llamado «el Cabaero» estaba la tienda de Eufrasia.
Los bares y cantinas que conocí en el Varadero eran la de la vieja Jesús, madre de Domitila. Más tarde compraría esta casa Manuel Viña, que la reformó y puso un bar. Antes tuvo otra cerca, en un almacén, que acabó explotándolo «El Canillas». Estos almacenes junto con el garaje de Nemesio formaban parte de lo que hoy es El Fondeadero, lugar donde nos encontramos.

FINAL
Ya para acabar recordar algunas cosas en las que colaboré y se hicieron en mi juventud. Una fue el primer barnizado que se le dio al techo de la iglesia colocado por Antonio Arrocha, el carpintero. Eso fue recién llegados licenciados de la marina, con 22 años. Fernando el de Celia y yo, Antonio el de Caruca. No sé si se llegó a barnizar alguna vez más. También las palmeras de la iglesia, que las trajo Cristóbal el de Inés, que se las había dado «el Danés», las plantamos con Cristóbal, Juan el de Rosario, Antonio «el Chispa», Luciano «el Chico» y yo. Había problemas con la dueña del terreno. Nosotros nos atrevimos a plantarlas, y ahí están bien guapas.
Y estos son mis recuerdos de mi infancia y juventud en La Tiñosa, de la que tengo el honor de haber sido pregonero en estas fiestas del Carmen de este año, 2009. Sólo me queda agradecer a todos su presencia y su atención. Me despido deseándoles unas felices fiestas. Muchas gracias.

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