Antonia García Álvarez

Publicado: 30 mayo, 2023 en Antonia García, Personajes

Fuente: Los secretos de la vida. «Doce miradas sobre la historia de Tías». Textos. Concha de Ganzo

La heroína desconocida

Bajo el aspecto de abuela apacible se esconde una heroína sin capa. Osada para un tiempo de incertidumbres logró ocupar el cargo de conserje en el aeropuerto de Lanzarote. Y además siguió cuidando de sus hijos, de su marido, de sus padres y de dos tías, que murieron en su casa. Ella dice que nunca ha tenido vacaciones, pero tampoco se queja.

Antonia García tiene que caminar apoyada en un bastón, y con la otra mano, entre indecisa y miedosa, se acerca a la pared, hasta rozarla, le cuesta sostenerse sin ayuda. Ella dice que está así por todo lo que ha luchado y habrá que creerlo. Solo hay que detenerse en su larga trayectoria, como tantas otras mujeres de su edad. Obligadas a trabajar en el campo, con los animales, a ayudar en casa, y solo de vez cuando se permitían un tiempo para respirar lejos de lo cotidiano.

Lo extraordinario se escondía en la algarabía de un baile o en una fiesta a la que llegaban caminando descalzas y felices.

En Tías, en Lanzarote, en Canarias, hay tantas mujeres que han repetido el mismo camino. Y siempre al final lo recuerdan con la sensación de haber disfrutado de la travesía. A pesar de los vaivenes, y los traspiés.

Antonia pertenece además a un grupo selecto, reducido: las que tuvieron suerte en unos años de desesperanza. Ella tuvo la osadía de presentarse a una lista en la que se elegía a limpiadoras para el nuevo aeropuerto. Eso ocurrió en 1970, lo tiene grabado. Es una de esas fechas memorables que cambiaron su vida y la de los suyos. Del sueldo miserable que recibía trabajando en el campo pasó a cobrar tres mil pesetas. Ese instante la llena de felicidad, se acuerda y sonríe. Vuelve a estar en la cocina, contando los billetes, uno a uno, como algo sublime. Un milagro. Los dedos, las manos, empezaron a sudar. Hasta que recogió aquel montón y lo guardó en el aparador de la sala. En la gaveta de las cosas importantes.

Lo paradójico de su vinculación laboral con el aeropuerto es que jamás llegó a trabajar en esas dependencias como limpiadora. Eso sí cobraba de la Administración, pero durante muchos años solo fue la chica que ayudaba en casa a la mujer del director. Primero lo hizo con el que inauguró las nuevas instalaciones, y después con su sustituto. Era lo establecido. Entonces nadie se planteaba hacer preguntas. Para qué. Y aquel cambio a ella le venía bien.

En su familia había muchos problemas. Su marido se puso enfermo, tuvo que enfrentar- se a la minusvalía de dos de sus hijos, y también asumió cuidar de sus padres y de dos tías. Reconoce que nunca pudo disfrutar de vacaciones. No había tiempo. Su tiempo no daba para tanto, y aun así lo recuerda con la satisfacción de haber hecho lo necesario para salir adelante.

Al final, el nuevo director del aeropuerto decidió que Antonia merecía ascender al puesto de conserje hasta que se jubiló. Y como ella era así de inquieta reconoce que, al principio, se aburría, llevando papeles de un sitio a otro, y en ocasiones contadas subiendo a la torre a ver de cerca a los aviones que llegaban a la isla con las primeras remesas de turistas.

Se siente especialmente orgullosa de esa etapa de su vida. Con aquel uniforme azul: camisa abotonada y la falda por debajo de la rodilla, un dedo o dos, y zapatos negros, después llegó la modernidad y aparecieron los pantalones.

Le gusta verse en esas fotos, con sus compañeros, con los jefes, que en la despedida le regalaron un reloj, y entonces hasta se olvida de sus problemas, de las piernas que no obedecen, y de los años, que no perdonan.

Del sueldo miserable que recibía en el campo pasó a cobrar tres mil pesetas como limpiadora en el aeropuerto. En realidad, como limpiadora en la vivienda del director

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