La artesana comprometida
Fuente: Los secretos de la vida. «Doce miradas sobre la historia de Tías». Textos. Concha de Ganzo
Tiene nombre de princesa de cuento. El nombre sigue sin hacerle mucha gracia, y a veces piensa que quizás debería llevarlo otra de sus hermanas. Ella salió demasiado morena. Se ríe Blanca Nieves Borges mientras pasa la mano por una de las joyas de su taller: un viejo telar de más de 200 años que siempre acompañó a su madre. Y ahora a ella.
La tradición se mantiene y la pasión por el arte de tejer sigue intacta. Quizás ha crecido con los años, con la variedad de piezas, y con ese afán por aprender técnicas nuevas, que, de momento, no tiene fin.
Blanca Nieves Borges tardó en tomar la decisión, o tal vez fue la vida que siguió su curso y en un momento dado dejó que aquella niña, que miraba a su madre y a su tía con cierta envidia, finalmente asumiera el reto. El reto de domar un arte paciente, comedido, el arte de tejer y destejer hasta terminar una manta, un cuadro, un tapiz.
Con 50 años, después de haber trabajado duramente en el campo, se inscribió en un curso de la Escuela Pancho Lasso. Fue casi como mirar por el ojo de la cerradura, o mejor, cruzar al otro lado, como Alicia en el País de las Maravillas y crecer hasta llegar al techo y después encogerse como una oruga y seguir al conejo blanco con reloj que llegaba tarde a la cita.
Blanca Nieves no puede evitar sentir esa sensación dulce, gratificante, de haber logrado un sueño. Aquellas clases la llevaron al camino que siempre había querido. Correr y deslizarse por la madriguera la hacía feliz. Por eso al mirar atrás se acuerda de su madre y de su tía sentaban en el viejo telar, pasando las tardes, con esa cara de satisfacción cuando se hace lo que se quiere. De verdad.
Ahora ella dedica sus días a enseñar, sin olvidar jamás que es preciso seguir aprendiendo. Cada vez que viaja busca un lugar, un museo, una escuela, la Capilla Sixtina, todos esos lugares maravillosos en los que se puede quedar horas mirando cómo se ejecutó una obra. Qué colores se usaron, la maestría del autor, y el placer de estar delante de un prodigio.
Para esta artesana comprometida sentarse en el telar, hacer rosetas o buscar nuevos desafíos siempre supone un gran divertimento. Una ejecución paciente, que serena, y al final se puede tocar con las manos aquello que solo fue una idea, un boceto o un enjambre de hilos.
Por su taller han pasado distintos tipos de alumnas, y un alumno, que aprendió y se fue. Tuvo la misma trayectoria fugaz que uno de esos cometas que aparecen, cruzan el cielo, y se alejan. Hasta la próxima vez.
La realidad es que las manualidades que enseña Blanca Nieves Borges despiertan interés. En una ocasión, recibió la curiosa visita de un grupo de jubiladas irlandesas que habían venido a la isla, entre otras cosas, a ver de cerca la artesanía que se hacía en Lanzarote.
Blanca Nieves lo cuenta con orgullo, y ahora ya sabe que este oficio no se va a perder. Cree firmemente que trabajar en un telar es como abrazar a un gigante con manos de madera, que puede parecer torpe, pero en un arrebato persistente es capaz de crear algo hermoso moviendo los hilos como si tocara un acordeón. Y quién no quiere domesticar a un gigante.









