La tendera silenciosa
Fuente: Los secretos de la vida. «Doce miradas sobre la historia de Tías». Textos. Concha de Ganzo
Guarda secretos en cajones ocultos, en el laberinto sinuoso que traza la memoria. Josefina Gopar dice que ya no se acuerda. De todas aquellas penas que las vecinas de La Tiñosa venían a contarle a su tienda mientras esperaban por un poco de azúcar o dos velas.
La historia de Canarias debería estar llena de nombres de mujer. Mujeres que no dejaron de trabajar. Unas cuidaron del ganado, otras limpiaban casas, y casi todas aprendieron a coser y sin cobrar sueldo alguno. Quizás, y solo de vez en cuando, recibían algunas perras chicas o restos de tela. Con las perras chicas podían comprar un puñadito de pastillas y con los retales se hacían algo de ropa. Vestidos de flores azules o amarillas con los que pasear por la plaza en los días de fiesta.
Josefina Gopar aprendió a cortar camisas y a hilvanar pantalones de marinero en casa de su tía. Después conoció a un galán de ojos azules, y se casó. A los 22 años decidió que tenía que hacer algo para salir de aquel bache, de ese hoyo profundo en el que navegaban todos, y abrió una tienda en La Tiñosa, a unos pasos del Varadero.
Las vecinas podían tocar a cualquier hora y además se podía pagar a plazos. Todas las tenderas tenían una libreta de hojas finas. En un lado aparecía el nombre de la dienta, y al otro lado se apuntaba lo que debía: una ristra de céntimos y pesetas. Y duros. Era la libreta de comprar fiado.
Josefina Gopar trabajó en la tienda durante casi 40 años. Los comienzos fueron duros. La gente no siempre tenía dinero para pagar, entonces había que esperar al mes siguiente. Tal vez el marido de esa vecina, embarcado en un velero con rumbo a la costa de África, a Cabo Blanco, hubiera decidido volver y además de su sonrisa y sus abrazos les hubiera dejado algún que otro sueldo y un saco con varias corvinas saladas.
Con la llegada del turismo, y de los obreros que venían a trabajar en los hoteles que se levantaban en Puerto del Carmen, Josefina Gopar se atrevió a dar un paso adelante: aprendió palabras en inglés para atender a la nueva clientela y se lanzó a ofrecer desayunos y almuerzos a esa marabunta de trabajadores de la construcción que buscaban cómo saciar su hambre.
Ella tiene claro que cualquier tiempo pasado no fue mejor. Dedicó media vida a atender aquella pequeña tienda en La Tiñosa. Y siempre lo hizo casi en silencio. No quiere reconocerlo, pero Josefina Gopar es una mujer que guarda muy bien los secretos. Tanto, que ya no sabe ni dónde buscarlos. La memoria tiene sus laberintos. Y a veces no vale la pena perderse en ese entramado.
A Josefina no le gusta mucho mirar hacia atrás. Aquel mundo de gente pobre, de lucha diaria, de cartillas embadurnadas con cuentas aún por pagar le deja una sensación amarga. Entonces no existía la pena era un sentimiento demasiado caro y pocos se podían permitir esos lujos.
Las vecinas podían tocar en la tienda a cualquier hora y si no tenían dinero se apuntaba en una libreta hasta el próximo mes









