Urbelindo García Hernández

Publicado: 30 mayo, 2023 en Personajes, Urbelindo
Genio y figura

Fuente: Los secretos de la vida. «Doce miradas sobre la historia de Tías». Textos. Concha de Ganzo

Fue su tía Cándida la que le puso el nombre de Urbelindo, y así se quedó. Un nombre curioso como sus historias. Tan grandes como todas las veces que fue caminando de Tías a Arrecife y después muerto de sed bebió agua en los charcos, apartando con la mano los mocos que dejaban las cabras.

Urbelindo García tuvo la suerte de poder navegar en dos mundos. Las dos mitades opuestas que forman la realidad de Tías. Una realidad lejana, en la que destacan las carencias, lo pobre, y que se impone en los llamados años ruines. Y la otra mitad, más brillante, con el barniz de una sociedad que se aferraba a un tiempo nuevo, se ponía sus mejores galas y estrenaba la posibilidad real, el milagro de disponer al fin de agua limpia y dulce. El agua que un mago prodigioso trajo del mar para alegría de todos: Manuel Díaz Rijo.

La aparición del turismo, de los grandes hoteles y de unos sueldos tan grandes que pare-cían de rico transformó aquella realidad. Urbelindo tuvo la suerte de rozar con los dedos de la mano esa parte del nuevo cielo. Pero antes de eso, le tocó, como a la mayoría, morirse de sed y beber en charcos, salpicados de los mocos que habían dejado las cabras.

Su madre llegó a tener 15 hijos, en su casa no se pasó hambre, pero muchas veces le hubiera gustado comer otras cosas. Y como no había se puso a buscar.

Perderse por los campos ajenos y coger alguna fruta, sobre todo algún higo, o una vaina de arvejas era algo normal. El único inconveniente es que apareciera el guardián y además de vociferar y afear el gesto tuviera la osadía y la maldad de avisar a la familia. Urbelindo reconoce que lo más que sentía es que su padre se enterara de su atrevimiento: comer sin permiso un par de higos. Ir más allá era impensable. Pocos tenían el descaro de probar alguna naranja, de las que crecían enancas sofisticadas de La Geria.

Aquel niño ocurrente y despierto jamás renunció a nada. A pesar de aquella realidad aprendió a buscarse la vida. De chico se las ingenió para ir a los bailes y al cine, y para reunir el dinero que costaba la entrada. A veces su madre o su tía le daban algo, siempre a escondidas de su padre y otras veces trabajaba de mensajero. Por llevar la carta de un novio a su amada, el audaz Urbelindo recibía por este encargo dos pesetas. Y así lograba el dinero soñado con el que podía regresar a Arrecife, siempre caminando por la playa, después de haber gozado con una película del oeste, de esas de tiros, y de indios con trenza que de un salto se subían en un caballo negro. Y se perdían entre una polvareda hasta que apenas eran un punto en el horizonte.

Urbelindo trabajó en el campo, en la mar, pasó varios años en Cabo Blanco, lo recuerda como una de las peores experiencias, hasta que llegó la construcción del hotel Fariones. Hacía poco que había terminado el servicio militar y como otros muchos fue a pedir trabajo. La suerte, esta vez, le vino de cara. Un encargado lo puso a ejercer labores de encofrador y eso le cambió la vida. Hasta que se jubiló siguió con un oficio que le encantaba y aún le encanta.

Y ahora, con más tiempo, ha decidido volver al campo. Cada día sube a mirar los árboles frutales que tiene en su terreno de La Geria. Les da una vuelta y hasta habla con ellos. Quizás puede que les cuente alguna de esas historias que él sabe. Como la cara de asombro que puso su padre cuando le enseñó su primer sueldo de encofrador. Después de eso, recuerda Urbelindo: «mi padre se quitaba de la puerta de mi casa para que entrara yo».

Por llevar la carta de un novio a su amada, el audaz Urbelindo recibía por este encargo dos pesetas, el precio de la entrada al cine

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