Fuente:
Archivo de: Óscar Torres Perdomo y Jesús Perdomo Ramírez
Pregón de las Fiestas de Ntra. Sra. de La Candelaria
Tías 2001
Por: Félix Martín Hormiga
Era ya un muchacho cuando visité por primera vez la iglesia de La Candelaria. Recuerdo su carácter recogido y su fuerte olor a maderas bendecidas por el tiempo. En esa ocasión yo estaba allí porque uno de mis hermanos, el tercero, se casaba con una muchacha de este municipio. Afuera había silencio y el aire se dejaba cortar por el vuelo luminoso de una pareja de abubillas y desde el solar se podían ver algunas de las casas del pueblo, esparcidas entre huertas y rodeadas por fincas bien cuidadas pese a ser terreno duro y seco.
Los muros de piedra y un buen número de piteras con sus bohordos alzados me hablaron de la calidad de los hombres y mujeres que habitaban el lugar. Para mí, criado en la orilla de Arrecife, mojado siempre de agua atlántica y encachazado de salitre y maresía, enfrentarse al duro cuerpo de la tierra y sacarle frutos era una labor digna de héroes, por tanto los habitantes de estas tierras tendrían forzosamente que estar templados en la fragua de Vulcano, hechos a fuego como la áspera corteza de la isla, como la misma isla. Hombres y mujeres que fabricaban un horizonte desde sus corvadas estaturas, sin dejar de arrullar con sus cantos y mecer con sus manos cada uno de los surcos con los que se graba la tierra para luego poder leer la literatura vegetal futura. Allí, donde sólo fue tierra dura, las manos fuertes de los héroes hicieron brotar delicadas filigranas verdes que pronto abultaron y se hicieron alimento, para los humanos y para las bestias, que también ellas empujaron y modelaron el porvenir.
He leído varias disposiciones acerca del origen de este pueblo, algunas dicen que antes de la erupción de Timanfaya no existía, pero antes de la erupción la isla era distinta, muchas cosas dejaron de existir y otras comenzaron a aflorar. O sea, las distintas erupciones han ido modelando a la isla y lo lógico es que desde la zonas afectadas se desplace la gente a otras zonas dándoles en algunos casos capacidad fundacional. Sin embargo, no creo que esto importe mucho a este municipio, porque su historia importante, por lo menos la más espectacular, ha sido forjada por sus gentes y por el hecho de mantenerse con tesón fabricando el futuro, como si de antemano sospecharan que al doblar una de las esquinas del tiempo se fueran a encontrar con la calle en la que siempre desearon habitar.
Los pueblos del suroeste de Lanzarote no tienen plaza, no sé por qué pero no la tienen, y los que la tienen están siempre vacías, pareciendo así que el pueblo está deshabitado. Sospecho que el sonajero constante no es muy apropiado para pasarse las tardes bajo su inclemencia. Tal vez por eso se mantuvo en Tías una relación distinta entre los vecinos, una relación no basada en los encuentros en la plaza y sí en los encuentros en los otros lugares y momentos del común: la misa y la iglesia, los juegos como los de la Santa, el rancho, la sociedad o simple y llanamente el chaplón de la casa, a la tardecita, cuando las voces se amorosan y surgen los motivos para contarse las cosas o tan sólo para, en silencio casi religioso, contemplar el cielo carmesí de la Virgen planchando mientras el día se despide allá por Los Ajaches y el sol va rápido a otros países para inaugurar luminosas mañanas. Quedando nuestro cielo oscuro surcado por una luna que también invita a la narración y a pasar lista sobre la memoria de los seres y las cosas.
Tías nació al amparo de la tierra y junto a su poblamiento nació también su iglesia, parapetada en Montaña Blanca, a la entrada de la Vega de Casitas Blancas, balcón y mirador sin igual desde donde visionar el amplio mar. No hubo una iglesia, una plaza y un crecimiento del pueblo alrededor, pues la suerte de tierra fue ubicando a los vecinos en las cercanías de sus intereses laborales. Aquellos primeros habitantes de Tías, vinieron de donde vinieran, eran hijos de una tierra sacudida por el volcán, un vómito de fuego espeso, de piedra fundente que arrasa los sueños y las esperanzas, que sepulta a la tierra fértil con un manto erizado de piedra quemada, dejando luego a la herida cubierta por una costa negra y calamitosa. No es de extrañar, por tanto, que imbuidos en los temores a ese fuego casi satánico los habitantes de Tías dedicaran su asentamiento a la Fiesta de la Purificación de Nuestra Señora, es decir: a la Fiesta de La Candelaria, profesión solemne en la que es de necesidad las velas benditas, o lo que es simbólicamente lo mismo: la presencia del fuego divino, fuego edificador y purificador, frente al recuerdo y el temor del fuego destructor, ladrón de vidas y de esperanzas.
Tenemos como datos que en febrero de 1736 hubo una petición de vecinos de Tías, concretamente: Gaspar de Messa, Bartolomé y Juan Miguel, para la erección de una capilla bajo la advocación de Nuestra Señora de la Candelaria. La fecha como saben es posterior al repartimiento de tierras que tuvo lugar en 1734. Repartimiento que inicialmente tuvo sus enemigos, pues las tierras de este pago estaban principalmente dedicadas a dehesa y no al cultivo. Menciono las fechas porque es importante saber que la laboriosidad de la gente de este municipio permitió que desde la petición de la construcción de la capilla hasta su realización pasara muy poco tiempo, pues, según puede constatarse, el ingeniero Antonio Riviere en su Descripción Geográfica de las Islas Canarias (1740-1743), ya menciona al pueblo en 1741 y en el mapa levantado por los ingenieros militares en 1744 aparecen por primera vez dibujados los caminos que enlazan a cada uno de los pagos de la isla y grabado el topónimo Tías junto a la señal de existencia de una iglesia o ermita. Es decir: en menos de 10 años se materializaron los deseos de los habitantes de Tías.
¿Qué hace que un pueblo de reciente fundación llegue a 1800 con más de 1.300 habitantes? Las tierras tuvieron que adecuarse a la agricultura. Romper la costra del volcán, cavar aljibes y cultivar fue una tarea ingrata que rompió cuerpos y condenó a familias al trabajo duro y sin descanso. Debe de ser por eso, por ese espíritu de supervivientes y de no achantarse frente al infortunio. La misma firmeza que logró que en sesenta y dos (en 1796) ya alcanzara la categoría parroquia y en 68 años (en 1802) ya contara con 1.340 habitantes, despuntando como uno de los enclaves importantes de la isla.
Creo que se debe lanzar hipótesis sin temor y sin perjuicio. En este sentido pienso que la no mención documental de Tías como pueblo o como zona poblacional antes de la erupción, necesariamente no debe significar la inexistencia de casas y vecinos. Evidentemente corresponde a los investigadores profundizar en estas cuestiones; averiguar la antigüedad de los taros y las tegalas y su frecuencia de uso y también, por qué no, preguntarse si hubo otro nombre anterior a Tías o si Tías es o no una categoría de parentela o, como algunos apuntan, la posibilidad de que sea un topónimo aborigen.
Hubo un tiempo en el que me entró afición por recorrer a pie la isla. Tenía curiosidad por conocer lentamente cada paisaje insular. Emprendía estas caminatas, la mayoría de las veces solo. Recuerdo que en una ocasión, llegando a Tías, me encontré con dos hombres ancianos que estaban sentados al soco de una pared de piedra seca. En ocasiones como estas yo saludaba y seguía mi camino, pero esta vez uno de los hombres me dirigió la palabra y se interesó por mi rumbo. El caso es es que me senté junto a ellos y hablamos largamente de muchas cosas. Lo correcto sería decir que uno de ellos fue el que habló casi todo el tiempo y su compañero y yo asentía¬mos, preguntábamos y reíamos con sus cosas. Había estado en América, en varios países y al hablar de sus vivencias era como si frente a nosotros estuviera proyectándose una película llena de color y aventuras. Cargó varias veces la cazoleta de la pipa en la que fumaba, una cachimba probablemente fabricada por él mismo, pues su caño era de vara de espino toscamente pulido y la tapa de la cazoleta era un reciclado de un tapón metálico de botella. Habló de América, de su gente, de los tra¬bajos, de la maravilla de sus árboles frutales, de los alegres encuentros con otros canarios, de cómo en unos pocos años Cabaiguán, allá en Cuba, se llenó de gente de estas islas que parecía una plaga de cigarrones. Y habló de su pueblo, Tías, porque al final de la vida sólo existe una manera de tocar en las puertas del cielo: hacer el camino desde la casa familiar, volver a donde la madre, al sitio de la sed pero también el de las primeras risas, al lugar que va naciendo mientras tus ojos se acostumbran a la luz y a la distancia. Y en aquel momento estaba allí con un compañero, un amigo que degustaba con igual fruición de las palabras aquellas que dibujaban una vida, sentados los dos al soco de una pared, desde donde se con¬templaba las casas y allá abajo el mar tendido que, probable¬mente, le recordaba su aventura clandestina hacia América. Durante años me sentí complacido de aquel momento que pasé con los dos ancianos, ahora sospecho que el destino me había elegido para que aquel hombre, ya en el ocaso de sus días, pudiera contar íntegramente la historia de su vida. Algo así como ponerse al día o rendir cuentas ante el Creador, usando como testigos a un amigo y a un desconocido.
No seguí mi camino, cuando me despedí de los dos ancia¬nos era ya tarde y regresé sobre mis pasos hacia el Puerto. Había salido a admirar el paisaje y a conocer rincones y me fue dada la oportunidad de conocer al hombre, al paisanaje, a la fuerza y energía capaz de transformar los espacios hasta con¬vertidos en el lugar de su vida. Pleno de verdes campiñas y de feraces cultivos, de mil oportunidades y destinos, aquel anciano de Tías había vuelto a la isla, trayendo sus ojos intac¬tos para contemplar el lugar de su niñez, la áspera tierra que alimentó su infancia, los muros de su casa familiar, la sequía constante, porque según pude deducir de su propio pensa¬miento: que en América un árbol crezca y eche frutos y que los campos de cultivos se ericen de fecundidad no es un mila¬gro, milagro es que bajo e! sol constante de esta isla, raquíticas plantas entreguen e! jugo de sus frutos, porque las manos de! hombre y la mujer han sabido mimarlas y ganarse como pre¬mio el favor de la tierra.
El gran milagro del Suroeste, sin embargo, iba a venir de la mano de una nueva industria: el turismo. Justo el doblar de la esquina que al principio de estas palabras he mencionado como la búsqueda de la calle en la que se desea residir.
El turismo hace su entrada en Lanzarote de manera muy discreta, son inicialmente unos viajeros que se atreven a acer¬carse a una isla que carece de todos y cada uno de los avances y comodidades que se requieren para un placentero estar. La falta de agua y los pocos enlaces con el exterior son determi¬nantes para marcar negativameme el aprovechamiemo de esta nueva manera de disfrutar de las vacaciones de los europeos, especialmente los nórdicos, alemanes e ingleses. Obsérvase que la guía más conocida para los británicos sobre Canarias es la que edita Alfred Samler Brown, entre 1889 y 1932, fecha esta última en la que sale la decimocuarta edición, con el título definitivo de Madeira, Islas canarias y Azores. Guía que no sólo se vendía en Inglaterra y Canarias sino en las princi¬pales ciudades del mundo, destacando Londres, París, Nueva York, Berlín y Niza. Lo cierto es que la guía Brown cuando hace mención a Lanzarote dice de ella que sus pueblos son sucios y carecen de interés y que la comunicación se realiza casi en su totalidad mediante camellos, los cuales también son utilizados en tareas agrícolas. Dice de Arrecife (4.128 habitantes) que el aspecto es oriental y la casi totalidad es extremada¬mente sucia y está mal edificada, que la iglesia carece de interés y que el mercado, donde se realiza las peleas de gallos, está mal abastecido. A Teguise lo menciona como un pueblecito desaliñado, tiene en ese momento 4.436 habitantes y a Tías lo nombra porque al hablar sobre la excursión a la Mon¬taña del Fuego dice: «El camino atraviesa Tías, población 2.785, y llega hasta Yaiza, población 1.627, donde hay una fonda pequeña… «. Tías posee, por tanto, más de la mitad de la población que el más importante enclave de la isla, Teguise y también mucho más de la mitad de los habitantes de Arrecife, lugar que esos momentos tiene un acelerado crecimiento. Estos datos aparecen en la Undécima Edición Revisada y, tal como consta, la edición Undécima fue realizada en 1913.
La verdad es que con los comentarios propagados por la guía de Samler Brown, probablemente ciertos en aquellos momentos de penurias y de falta de futuro en nuestra isla, difí¬cilmente alguien pudiera sentir deseos de’ visitamos. Sin embargo, el turismo como modelo de ocio e inversión del tiempo libre y vacacional iba a ser un proceso irreversible. Los viajeros dieron paso a los turistas y todo cuanto escribieron y dijeron los viajeros sobre estas islas atlánticas funcionaría como promoción, de tal modo que pronto toda Canarias se conver¬tiría en un destino ideal para quienes buscaban sosiego, nuevas naturalezas, sol y playas. Por lo mismo comienza a darse un cambio radical en el valor del suelo insular: los antiguos eriales costeros, las dehesas y los suelos empobrecidos iban a superar el valor que tuvieran las más fértiles vegas de la isla. De este modo la agricultura fue cediendo terreno y la pesca acomo¬dándose a cifras escuetas y presencia casi testimonial.
Las primeras instalaciones turísticas se construyeron en Tías, en un suelo que años antes apenas tenía valor. El pistole¬tazo de salida congregó en muy poco tiempo a muchos inver¬sores y Tías se mantuvo desde aquel principio hasta la actualidad en la oferta alojativa más importante de Lanzarote. Y hoy mismo es el mercado laboral más dinámico de la isla, después de Arrecife. Esto quiere decir que absorbe la mayor parte del desempleo existente en el sur-suroeste. Como ejem¬plo podemos citar cómo en el año 1998, según el Instituto Nacional de Empleo, Tías tenía en el mes de julio 389 para-dos y en noviembre del mismo año s610 300, con lo que tuvo una variación de -89 parados.
Es cierto que la gran parte de la economía está basada en el sector servicios, más o menos 70 de cada cien trabajadores. Este sector favorece y promueve actividades como el comer¬cio, la artesanía, la industria y la construcción, así como los establecimientos de distribución mayorista y minorista de electrodomésticos, muebles, alimentación, juguetes, textiles, calzados y otros. La red de minoristas ofrece una presencia altísima en el municipio, especialmente en el término de Puerto del Carmen que es la zona que más ha absorbido población y comercios. Este complejo comercial ha servido también como plataforma de empleo y salida de productos artesanales, como la cerámica, los trabajos de cestería, de hoja y fibra de palmera, calados, instrumentos musicales y todo un abanico de pequeños objetos con la etiqueta de «Recuerdo de Lanzarote» que en el mercado se conocen con la expresión internacional de «souvenirs» y que son muy demandados por el turismo.
El turismo en el municipio se desarrolla a la vera de un pequeño enclave pesquero conocido antiguamente como La Tiñosa y hoy Puerto del Carmen. Es sin duda uno de los luga¬res turísticos más importante de Canarias pese a surgir tardíamente, si lo comparásemos con los núcleos existentes en la islas mayores, más precoces en esta industria. Su situación geográfica es muy privilegiada, pues está a tiro de piedra del aeropuerto y cuenta con las más atrayentes playas de la isla.
Puerto del Carmen ha sido y sigue siendo el motor de la economía del municipio. Receptor de inversiones y de pobla¬ción goza de una agilidad económica sin parangón en la isla. Se puede ilustrar con unos datos la potencia de este enclave: entre 1991 y 1996 el municipio se hace con 2.540 nuevos habitantes, que se distribuyeron de la siguiente manera: 1.610 para Puerto del Carmen, al casco de Tías se le agregan 729 y los 20 I restantes se distribuyeron entre La Asomada, Conil, Mácher y Masdache.
La antigua Tiñosa, de la que me siento parte por ser el lugar donde naciera mi padre y de la que he escrito un amplio artí¬culo en mi libro «El Rabo del Ciclón», ha visto conseguido un futuro por arriba de aquellas necesidades que siempre tuvie¬ron. Era simplemente un caserío pesquero condenado a lamerse sus llagas en el silencio más abrupto de la insolidari¬dad. Condenados a ser vejados por los señores, pues sólo tenían fuerzas en los brazos para tirar de las redes y halar de las liñas y el destino de cada uno de ellos, aun siendo niños, era la mar cercana y diaria de sus costas o la mar lejana y también diaria de Cabo Blanco.
Así, grosso modo, hemos asistido al cambio radical de Lan¬zarote y, especialmente, al acaecido en este municipio. El enri¬quecimiento de la zona ha supuesto también el de la comunidad vecinal, pues la dotación de infraestructuras para la educación, la cultura, el deporte y el ocio ha sido una de las líneas más interesante que haya habido en el Lanzarote moderno. Tías se ha elevado por arriba de los sueños de aque¬llos que huidos del volcán sólo buscaron tierra para alimentar a su familia y vivir dignamente. Ahora los herederos de los primeros héroes tienen a su disposición escuela de música, cuyo ejemplo es la Banda Municipal; escuela de folclore, cuyos resultados son el grupo Guágaro y el Pavón; también para el divertimiento carnavalero las murgas «Los Gruñones» y «Las Gruñonas»; durante años la escuela de lucha y una multitud de talleres y espacios culturales y deportivos para el enriquecimiento humano. Recuerdo, especialmente también, a aquel grupo de teatro llamado «Los Fragosos» en el que un buen número de jóvenes iniciaron procesos creativos y esti¬mularon a muchos otros a la participación cultural. Jóvenes que luego se implicarían en la búsqueda de datos y conoci¬mientos del municipio.
Es por tanto Tías un ejemplo de construcción de la isla, un disperso poblacional que curiosamente, por parecer contradic¬torio, su característica fundamental ha sido y es la vertebra¬ción de la sociedad y de la economía insular. Le debe Lanzarote mucho a Tías, pues sólo con haber sido sus habi¬tantes los primeros y mejores anfitriones del turismo en la isla condicionaron favorablemente a los visitantes a sentirse a gusto y tener deseos de conocer cada uno de los pueblos de Lanzarote.
Ahora, en esta celebración religiosa los habitantes de este municipio y muchos visitantes se reúnen a conmemorar la onomástica de la Virgen de la Candelaria y recordar la fecha en que comenzaron a existir como pueblo digno de aparecer en un mapa. Las fiestas en honor de Nuestra Señora de la Candelaria, si me permiten el símil son a Tías como las famo¬sas alfombras a Persia, un espacio temporal lleno de alegría, de estallidos de felicidad y encuentros, un auténtico alarde de calor humano y de color, toda la aportación de vida posible para combatir el desierto.
Con los festejos a la Virgen de la Candelaria, Tías inicia su andadura en el nuevo milenio. Hemos de desear que todo cuanto suceda a partir de ahora sea igual de generoso que en el pasado, ya que no tiene por qué ser este de ahora un tiempo oscuro ni proféticamente calamitoso. El futuro será lo que seamos capaces de hacer en el presente: una suma de Iabores diarias. Sirvan, pues, estas fiestas, para mantener entre todos el compromiso de seguir luchando por conseguir los mayores avances, los mayores conocimientos y las mejores cotas de felicidad.
Como pregonero en esta edición de las fiestas sólo me resta, al final de mis palabras, desearles a todos los vecinos de Tías las mejores oportunidades y pedirles que sean, como en años anteriores y como son por naturaleza, los mejores anfitriones, para que los visitantes se sientan invitados a compartir los momentos más alegres de sus vidas.